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El tercer ascenso
El Desmarque - Firma Invitada
Sábado, 15 de Mayo de 2010 19:20
Por Daniel Barranquero
Redactor de ACB.com
Hay viajes largos, eternos, llenos de dificultades, que acaban dando su recompensa. Caminata interminable, cuerpo dolorido y monedero vacío, sí, pero mil momentos especiales vividos al límite, un sinfín de recuerdos con los que recrearse hoy y mañana. La memoria, caprichosa y selectiva, eclipsa las miserias y se queda con lo positivo, olvida las lágrimas para ensalzar las sonrisas. En la meta, en el fin del camino, cada uno de los minutos del trayecto se recuerda con añoranza.
No será el caso del Málaga y su particular odisea por la salvación. Y quizás sea así mejor. Sólo hay algo igual de tentador que el propio sabor de la permanencia: olvidar. Borrar, ningunear, evaporar. Como si jamás hubiera existido. Si este domingo, el equipo de Martiricos está a las 21h fuera de las posiciones de descenso, se podrá tapar con tinta china los disgustos de un viaje que arrancó con buen pie en los últimos días de agosto para convertirse en una tortura pocas semanas después, con escasos instantes de tregua.
Al diablo las cuatro derrotas seguidas en casa que derivaron en 9 míseros puntos en las primeras 14 jornadas. Al infierno la impotencia de cada victoria que se escapaba in extremis tras saborearla en los mismísimos labios, las dolorosas remontadas sufridas contra Xerez o Sevilla, los partidos sin goles, sin ocasiones, sin fútbol, sin nada. Con la permanencia, quién se acordará de aquel puñetazo al mentón en forma de gol del Mallorca en el minuto 90, de los cabreos en las últimas semanas cada vez que la radio cantaba un gol del Tenerife, de la sequía de penaltis, de las decisiones arbitrales. Nada, ni el triste caminar tras cada palo en La Rosaleda, ni el mal humor de los lunes, ni los estériles enfados. Todo ello jamás habrá existido si el dichoso destino le tiene reservado al club por la noche un hueco lejos de las tres últimas posiciones.
Bendito sea, si eso ocurre, el sufrimiento de dos horas que los aficionados malaguistas vivirán. Porque, otra cosa no, pero los nervios están asegurados, incluso con final feliz. Ocasiones del Real Madrid, algún gol de los rivales directos, mil clasificaciones distintas en solo 90 minutos. Hipótesis y más hipótesis. El Málaga vive instalado en una constante cábala desde hace demasiado tiempo y sus aficionados, cansados de tanto supuesto, necesitan una buena dosis de realidad, de optimista realidad.
Toca apelar a la épica contra un Real Madrid con halo de imparable, cuyo orgullo es mayor enemigo que sus escasas opciones de carambola, con el único objetivo de ganar para dignificar su posible derrota liguera y consolarse con la certeza de que el Barça sudó para tumbarle, necesitando ganarlo todo para cantar victoria. Que no es poco. Con la batalla futbolística muy cuesta arriba, la batalla psicológica debe teñirse de blanquiazul. No es recurrir al tópico de que la salvación es un título para el Málaga, es simplemente ser sabedor de que el que pierde un trofeo tendrá su oportunidad al siguiente año mientras que el que desciende a Segunda se arriesga a un desierto sin fecha de caducidad. Si eso aún no es motivación suficiente, que los jugadores miren por un segundo la angustiada cara del señor mayor que se plantea si volverá a sentirse algún día de primera o del niño ilusionado que quiere que el cromo de Apoño salga la próxima temporada en el mismo sobre que el de Messi o Ronaldo.
Y si el equipo no hace los deberes, siempre quedará ponerse metafóricamente por un par de horas las camisetas de Osasuna y Valencia. Como hace 15 años, cuando el Puertollano le guiñó un ojo al Málaga para hacer de Segunda B a aquel equipo de los Bravo, Añón o Basti que se paseó por los campos de albero para acabar dependiendo de un tropiezo del Isla Cristina en la última jornada de la liguilla de ascenso. O como aquel añorado Beasáin, que frenó al Talavera de Manzano para culminar la carambola fabricada por Guede que colocó al equipo en la categoría de plata, en una de las tardes más mágicas que La Rosaleda pudo vivir. Toca volver a sufrir, toca volver a soñar. Después del paseo triunfal en 1999 y del segundo puesto de hace un par de años, con suspense hasta el último partido, el Málaga C.F. puede vivir su “tercer ascenso” con su denominación actual. Doble o nada, cielo o infierno, suspiro o lamento. Sin tregua, sin término medio. Después de 37 jornadas, malditas reglas de desempate, maldito goal-average, el equipo está en descenso. A partir de las 19h del domingo, el conjunto malagueño volverá a escalar su particular Everest para recuperar su hueco entre los grandes, aquel que le pertenece, consciente del calor del abismo y de la locura colectiva que supondría cambiar el guión, burlarse de los pronósticos. Poco queda ya más que perder. Críticos, optimistas, soñadores, pesimistas. La meta es una. El premio, la redención, la fiesta y el olvido. Dichoso olvido. El tercer ascenso espera, merece la pena intentarlo. Hoy estamos en Segunda. Mañana podemos estar en Primera.
http://www.eldesmarquemalaga.es/index.php?option=com_content&view=article&id=22351
El Desmarque - Firma Invitada
Sábado, 15 de Mayo de 2010 19:20
Por Daniel Barranquero
Redactor de ACB.com
Hay viajes largos, eternos, llenos de dificultades, que acaban dando su recompensa. Caminata interminable, cuerpo dolorido y monedero vacío, sí, pero mil momentos especiales vividos al límite, un sinfín de recuerdos con los que recrearse hoy y mañana. La memoria, caprichosa y selectiva, eclipsa las miserias y se queda con lo positivo, olvida las lágrimas para ensalzar las sonrisas. En la meta, en el fin del camino, cada uno de los minutos del trayecto se recuerda con añoranza.
No será el caso del Málaga y su particular odisea por la salvación. Y quizás sea así mejor. Sólo hay algo igual de tentador que el propio sabor de la permanencia: olvidar. Borrar, ningunear, evaporar. Como si jamás hubiera existido. Si este domingo, el equipo de Martiricos está a las 21h fuera de las posiciones de descenso, se podrá tapar con tinta china los disgustos de un viaje que arrancó con buen pie en los últimos días de agosto para convertirse en una tortura pocas semanas después, con escasos instantes de tregua.
Al diablo las cuatro derrotas seguidas en casa que derivaron en 9 míseros puntos en las primeras 14 jornadas. Al infierno la impotencia de cada victoria que se escapaba in extremis tras saborearla en los mismísimos labios, las dolorosas remontadas sufridas contra Xerez o Sevilla, los partidos sin goles, sin ocasiones, sin fútbol, sin nada. Con la permanencia, quién se acordará de aquel puñetazo al mentón en forma de gol del Mallorca en el minuto 90, de los cabreos en las últimas semanas cada vez que la radio cantaba un gol del Tenerife, de la sequía de penaltis, de las decisiones arbitrales. Nada, ni el triste caminar tras cada palo en La Rosaleda, ni el mal humor de los lunes, ni los estériles enfados. Todo ello jamás habrá existido si el dichoso destino le tiene reservado al club por la noche un hueco lejos de las tres últimas posiciones.
Bendito sea, si eso ocurre, el sufrimiento de dos horas que los aficionados malaguistas vivirán. Porque, otra cosa no, pero los nervios están asegurados, incluso con final feliz. Ocasiones del Real Madrid, algún gol de los rivales directos, mil clasificaciones distintas en solo 90 minutos. Hipótesis y más hipótesis. El Málaga vive instalado en una constante cábala desde hace demasiado tiempo y sus aficionados, cansados de tanto supuesto, necesitan una buena dosis de realidad, de optimista realidad.
Toca apelar a la épica contra un Real Madrid con halo de imparable, cuyo orgullo es mayor enemigo que sus escasas opciones de carambola, con el único objetivo de ganar para dignificar su posible derrota liguera y consolarse con la certeza de que el Barça sudó para tumbarle, necesitando ganarlo todo para cantar victoria. Que no es poco. Con la batalla futbolística muy cuesta arriba, la batalla psicológica debe teñirse de blanquiazul. No es recurrir al tópico de que la salvación es un título para el Málaga, es simplemente ser sabedor de que el que pierde un trofeo tendrá su oportunidad al siguiente año mientras que el que desciende a Segunda se arriesga a un desierto sin fecha de caducidad. Si eso aún no es motivación suficiente, que los jugadores miren por un segundo la angustiada cara del señor mayor que se plantea si volverá a sentirse algún día de primera o del niño ilusionado que quiere que el cromo de Apoño salga la próxima temporada en el mismo sobre que el de Messi o Ronaldo.
Y si el equipo no hace los deberes, siempre quedará ponerse metafóricamente por un par de horas las camisetas de Osasuna y Valencia. Como hace 15 años, cuando el Puertollano le guiñó un ojo al Málaga para hacer de Segunda B a aquel equipo de los Bravo, Añón o Basti que se paseó por los campos de albero para acabar dependiendo de un tropiezo del Isla Cristina en la última jornada de la liguilla de ascenso. O como aquel añorado Beasáin, que frenó al Talavera de Manzano para culminar la carambola fabricada por Guede que colocó al equipo en la categoría de plata, en una de las tardes más mágicas que La Rosaleda pudo vivir. Toca volver a sufrir, toca volver a soñar. Después del paseo triunfal en 1999 y del segundo puesto de hace un par de años, con suspense hasta el último partido, el Málaga C.F. puede vivir su “tercer ascenso” con su denominación actual. Doble o nada, cielo o infierno, suspiro o lamento. Sin tregua, sin término medio. Después de 37 jornadas, malditas reglas de desempate, maldito goal-average, el equipo está en descenso. A partir de las 19h del domingo, el conjunto malagueño volverá a escalar su particular Everest para recuperar su hueco entre los grandes, aquel que le pertenece, consciente del calor del abismo y de la locura colectiva que supondría cambiar el guión, burlarse de los pronósticos. Poco queda ya más que perder. Críticos, optimistas, soñadores, pesimistas. La meta es una. El premio, la redención, la fiesta y el olvido. Dichoso olvido. El tercer ascenso espera, merece la pena intentarlo. Hoy estamos en Segunda. Mañana podemos estar en Primera.
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