El centro de acogida del Ayuntamiento de Málaga sirve desayuno, almuerzo y cena por 8 euros · Cada jornada pasan al menos un centenar de personas necesitadas por estas instalaciones para poder comer
Paella, pollo asado, ensalada y, de postre, fruta. Un menú más que digno por un precio más que económico para las arcas municipales. Esta es la comida que ayer pudieron consumir todas las personas en situación de precariedad que acudieron a mediodía al centro de acogida que gestiona el Ayuntamiento de Málaga, instalaciones en las que desayuno, almuerzo y cena cuestan 8 euros. O lo que es lo mismo, tres veces menos, con dos comidas más, que el precio del menú que el mismo Consistorio ha contratado para los agentes de la Policía Local que participen en el dispositivo extraordinario de Semana Santa y que se servirá en un hotel de cuatro estrellas.
Pero no por ser barato, el servicio del centro de acogida es de mala calidad. Muy al contrario, la pinta de los alimentos que cada jornada devoran más de un centenar de comensales, muchos de ellos en situación de exclusión social, inmigrantes que están de paso y algunos, cada vez más, ciudadanos normales afectados por los problemas económicos, es más que buena.
Este periódico, a través de un redactor y un fotógrafo, quiso comprobar in situ las condiciones del almuerzo que se ofrece en estas dependencias después de que la Junta de Gobierno Local acordase el pasado viernes prorrogar el contrato a la empresa GDA, dependiente de Unicaja. La adjudicación, por algo más de 510.000 euros, contempla un aumento del presupuesto respecto al pasado año de 91.000 euros.
Y la experiencia fue más que positiva. "La comida es estupenda. Vengo todos los días y está muy bien", admitía uno de los comensales, que prefirió mantener el anonimato. Otro de sus compañeros de banquete se sorprendió de lo "bueno" que estaba el menú de ayer. "A lo mejor una vez a la semana puede estar peor, pero en general está bien", apostillaba. Testimonios que vienen a dar la razón a las palabras de la concejala de Bienestar Social, María Victoria Romero, quien destacó que, a pesar del bajo precio de la comida, los productos son de calidad.
La primera imagen que se observa antes de acceder al centro de acogida es una larga y ordenada cola de personas esperando su turno para tomar el ágape. Medio centenar de individuos, de todas las edades, aguarda desde las 13:30. Los primeros en entrar al comedor son las mujeres y los hombres con más años. Pero el orden se mantiene justo cuando les toca esperar ante la ventanilla a que una de las cocineras rellene los huecos de la bandeja con el ansiado manjar.
Dos paletadas de arroz, un muslo de pollo, un poco de ensalada, todo ello condimentado de una sonrisa, un saludo hacia la persona a la que se sirve la comida y una pregunta sincera. El paso de los días, de las semanas y los meses acaba por impregnar de complicidad el trato de los trabajadores que se encargan de preparar la comida para los más necesitados.
Son en total cuatro los empleados de cocina, por cuyas manos pasa todo el alimento que posteriormente se sirve. "Es como si se tratase de un comedor escolar", viene a comparar Francisco Pomares, director técnico del área de Bienestar Social, quien nos acompaña durante la estancia en el centro. Sin embargo, en este espacio, para cada circunstancia, hay una solución. "Tratamos de adaptarnos a todo tipo de personas. Por ejemplo, intentamos evitar el uso de carne de cerdo porque hay muchos que son musulmanes, pero si tenemos que cocinarla siempre se plantea una alternativa para ellos", comenta. La peculiaridad de cada caso lleva incluso a preparar comidas especiales para diabéticos.
Al cabo de media hora, más de medio centenar de personas ocupan sus asientos en el comedor. A ellos les seguirán otros tantos. Los números que manejan los responsables del centro indican que a día de hoy la asistencia a las instalaciones para tener al menos una comida ha crecido un 30% respecto a años anteriores. "En 2006 o 2007 eran unas 70 personas; ahora, son 110", comenta Pomares. Entre ellos, cada vez es más habitual ver a personas bien vestidas, cuyo aspecto poco o nada tiene que ver con el estereotipo de necesitado al que estamos acostumbrados. "A muchos les cuesta vencer la vergüenza de venir", dice el responsable municipal. Un freno que al final queda vencido por el peso del hambre.
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