Seis de los siete tantos los absorben los centrocampistas; el otro lo firmó Demichelis
Con tanta pólvora que acumula el plantel de Manuel Pellegrini resulta especialmente curioso que ninguno de los delanteros que lo pueblan hayan marcado en cuatro encuentros. Y eso que todos, a excepción de Juanmi (Edinho tiene ficha pero no cuenta) han actuado más o menos en la competición.
De los siete tantos, seis son de los medios. Cazorla absorbe el protagonismo, con cuatro, mientras Joaquín firmó los otros el día del Granada. Demichelis cierra la producción merced a ese gol al alimón con el mallorquinista Pablo Cáceres.
En la relación minutos/goles, las miradas se centran en Van Nistelrooy. El holandés se ha debatido este tiempo de sequía en un par de partidos sin opciones de marcar (Sevilla y Athletic) y otros dos con mala suerte a la hora definir: tanto contra el Granada como contra el Mallorca se estrelló contra la madera. Su buena actitud y el gran arranque clasificatorio están dejando en un segundo plano el hecho de que todavía no se haya estrenado cuando finalizó la pretemporada como máximo goleador blanquiazul.
La misma suerte que probó Julio Baptista el miércoles por la noche. El brasileño se incorporó a la titularidad el pasado sábado después de superar un edema más complicado de lo que se esperaba en un principio. Pellegrini lo está atiborrando a minutos sabedor de que sólo eso, y la vitamina de los goles, puede acelerar su puesta a punto. Aún está lejos de ella y no se le puede juzgar con mucha precisión.
Sebas Fernández y Rondón, los revulsivos a los que ha recurrido el Ingeniero cuando la situación se ha puesto cuesta arriba, tampoco han mejorado la estadística (al vinotinto le anularon un gol legal en Mallorca). Le puede la ansiedad al venezolano, que entiende que la única manera de derrocar a Van Nistelrooy de la titularidad es a base de romper mallas. El uruguayo siempre ha tenido la etiqueta de delantero al que le cuesta conseguir goles, aunque su trabajo de briega y pundonor le sigue manteniendo con galones y respeto entre el entrenador y la afición.
No se le da importancia desde el club, sabedores de que antes o después sus arietes romperán la racha. Mientras ese momento llega, Cazorla sigue tirando del carro.
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