Juan Jiménez | 20/04/2010
En España, cerrar un entrenamiento al público es una medida de anormalidad, un síntoma de situación límite. Muñiz ha decidido poner un muro esta semana entre los jugadores y su afición. El futbolista tiene que saber lo que quiere su gente, la tiene que sentir cerca. Y saber que, después del calentón del domingo, a la gente sólo le sale malaguismo de dentro. Quiere salvar a su equipo y sobre todo, quiere que sus futbolistas lo sepan.
Pero a los entrenadores les pagan para tomar decisiones y esta es la de Muñiz, entrenador puesto bajo sospecha por un sector de la afición, pero no por la mayoría. También hay aficionados que aún creen en Muñiz porque saben que no dispone de mucha materia prima y que las circunstancias no han jugado a su favor. Además, hay picas puestas en su trayectoria que le avalan. No es difícil recordar ahora aquel dramático 4-6 contra el Hércules que pareció el fin del mundo y del sueño del ascenso. Por aquellos días, Muñiz también cerró las puertas y hasta concentró a su equipo. Ese Málaga ganó en el Pizjuán y subió a Primera. Muñiz ha sido jugador y sabe qué clase de equipo tiene en su mano. Y el domingo lo vio bloqueado, con miedo y, finalmente, enfrentado con su afición. Un equipo, además trufado de críos de la cantera en medio de un campo de minas. Sabe que esta no es una medida popular, pero es que Muñiz no es populista. A él lo juzgan los resultados. ¿Y alguien diría en qué club no cumplió con sus objetivos Muñiz?
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Me encanta este artículo y sobre todo el último parrafo.