Apoño al fin tiene ritmo
Pese a algunas actuaciones no muy afortunadas, Pellegrini siempre apostó por él y le dio la continuidad necesaria
SERGIO CORTÉS | MÁLAGA..-
El 6 de noviembre Manuel Pellegrini aprovechó al máximo su primer día completo como entrenador del Málaga. En el hotel de la localidad barcelonesa de Sant Just Desvern, horas antes del compromiso con el Espanyol, dedicó la mañana a conversar con los técnicos (Rafa Gil y Antonio Benítez), con los miembros auxiliares del cuerpo técnico y, sobre todo, con varios jugadores. El primero en su agenda estaba claro: Apoño. El chileno le transmitió en aquel diálogo privado que él debía ser el eje del equipo, el director de orquesta. Cinco meses y medio después, el centrocampista de La Palmilla recupera crédito a pasos agigantados ante los seguidores que lo pitaron constantemente solo cinco días antes del relevo en el banquillo. La clave es sencilla: al fin tiene ritmo.
«Sin Apoño, no jugamos ni a las chapas». Esa frase tan contundente y elocuente corresponde a Juan Ramón Muñiz y fue pronunciada hace más o menos un año, cuando exprimía al máximo al jugador malagueño, aun consciente de que no estaba ni al 40 por ciento. Porque Apoño, este Apoño, vuelve a ofrecer su mejor versión después de dos años de constantes problemas físicos o, en su defecto, de contar con un ritmo demasiado bajo para la exigencia de la competición y también para sus necesidades por su estilo de juego.
Las malas lenguas aseguran que el origen estuvo en la participación de Apoño en algunos torneos de fútbol-sala hace dos veranos. Siempre lo ha negado. Pero tampoco debería sorprender: él mismo ha confesado alguna vez que, cuando era niño, saltaba la tapia del Anexo para jugar partidos con sus amigos en un campo grande. El fútbol lo lleva en la sangre. Jugara o no aquel certamen, la triste e irrefutable realidad es que se sucedieron los problemas físicos, las recaídas y las reapariciones precipitadas.
Durante la temporada pasada y también en parte de la actual, Apoño jugó sobre todo por necesidad. Él sabía que estaba permanentemente al filo del alambre, a pique de una grave lesión, pero su lealtad al entrenador -el que lo rescató en el Marbella y lo llevó a la élite- estaba muy por encima de las limitaciones personales. El entrenador lo sabía y tuvo que dosificarlo, igual que ocurrió con Duda, para afrontar la complicada recta final con un mínimo de gasolina.
Un termómetro idóneo
Los más avispados dentro y fuera del equipo siempre recalcan que el termómetro idóneo para medir a Apoño se observa en su juego. Cuando no está bien, se ve obligado a girarse, emplea dos o tres toques y su inseguridad lo lleva a retrasar el balón. Precisamente lo que más le recriminaba su 'maestro', Sandro. Esa ha sido la tónica también durante esta campaña, aunque magnificada por la endeblez del sistema defensivo en la etapa de Jesualdo Ferreira y la inseguridad mostrada a la más mínima por todos los jugadores.
Más allá de que Pellegrini juegue o no sin extremos, o que apueste por un estilo más o menos definido, para el técnico chileno la pareja de centrocampistas es la que convierte a su equipo en más equilibrado, defensivo u ofensivo. Por eso, pese a algunas actuaciones no muy afortunadas, el chileno nunca le quitó las riendas del equipo a Apoño. Y este se ha visto favorecido en las últimas semanas por la ausencia de problemas físicos que le han permitido gozar de la continuidad necesaria y empezar paso a paso a recuperar su mejor nivel. En dos años el futbolista de La Palmilla nunca había estado disponible diez partidos seguidos sin mediar molestias.
La estabilidad familiar (ha sido padre recientemente) también parece haber templado el carácter del centrocampista malagueño, que últimamente se pierde menos en protestas y aspavientos. En la retina del aficionado queda seguramente su inmejorable ocasión en la recta final en Santander, pero nadie cae en la cuenta de que el balón lo recupera él en la divisoria (ayudado por la mano, eso sí) y como primer futbolista en la línea de presión a la defensa contraria. Ni Baptista ni Sebastián Fernández ni ningún otro, sino él. Sin duda, el mejor ejemplo de que Apoño, ahora incluso con más exigencia defensiva que en otros tiempos, al fin tiene ritmo.
«Sin Apoño, no jugamos ni a las chapas». Esa frase tan contundente y elocuente corresponde a Juan Ramón Muñiz y fue pronunciada hace más o menos un año, cuando exprimía al máximo al jugador malagueño, aun consciente de que no estaba ni al 40 por ciento. Porque Apoño, este Apoño, vuelve a ofrecer su mejor versión después de dos años de constantes problemas físicos o, en su defecto, de contar con un ritmo demasiado bajo para la exigencia de la competición y también para sus necesidades por su estilo de juego.
Las malas lenguas aseguran que el origen estuvo en la participación de Apoño en algunos torneos de fútbol-sala hace dos veranos. Siempre lo ha negado. Pero tampoco debería sorprender: él mismo ha confesado alguna vez que, cuando era niño, saltaba la tapia del Anexo para jugar partidos con sus amigos en un campo grande. El fútbol lo lleva en la sangre. Jugara o no aquel certamen, la triste e irrefutable realidad es que se sucedieron los problemas físicos, las recaídas y las reapariciones precipitadas.
Durante la temporada pasada y también en parte de la actual, Apoño jugó sobre todo por necesidad. Él sabía que estaba permanentemente al filo del alambre, a pique de una grave lesión, pero su lealtad al entrenador -el que lo rescató en el Marbella y lo llevó a la élite- estaba muy por encima de las limitaciones personales. El entrenador lo sabía y tuvo que dosificarlo, igual que ocurrió con Duda, para afrontar la complicada recta final con un mínimo de gasolina.
Un termómetro idóneo
Los más avispados dentro y fuera del equipo siempre recalcan que el termómetro idóneo para medir a Apoño se observa en su juego. Cuando no está bien, se ve obligado a girarse, emplea dos o tres toques y su inseguridad lo lleva a retrasar el balón. Precisamente lo que más le recriminaba su 'maestro', Sandro. Esa ha sido la tónica también durante esta campaña, aunque magnificada por la endeblez del sistema defensivo en la etapa de Jesualdo Ferreira y la inseguridad mostrada a la más mínima por todos los jugadores.
Más allá de que Pellegrini juegue o no sin extremos, o que apueste por un estilo más o menos definido, para el técnico chileno la pareja de centrocampistas es la que convierte a su equipo en más equilibrado, defensivo u ofensivo. Por eso, pese a algunas actuaciones no muy afortunadas, el chileno nunca le quitó las riendas del equipo a Apoño. Y este se ha visto favorecido en las últimas semanas por la ausencia de problemas físicos que le han permitido gozar de la continuidad necesaria y empezar paso a paso a recuperar su mejor nivel. En dos años el futbolista de La Palmilla nunca había estado disponible diez partidos seguidos sin mediar molestias.
La estabilidad familiar (ha sido padre recientemente) también parece haber templado el carácter del centrocampista malagueño, que últimamente se pierde menos en protestas y aspavientos. En la retina del aficionado queda seguramente su inmejorable ocasión en la recta final en Santander, pero nadie cae en la cuenta de que el balón lo recupera él en la divisoria (ayudado por la mano, eso sí) y como primer futbolista en la línea de presión a la defensa contraria. Ni Baptista ni Sebastián Fernández ni ningún otro, sino él. Sin duda, el mejor ejemplo de que Apoño, ahora incluso con más exigencia defensiva que en otros tiempos, al fin tiene ritmo.