No conocía al señor Ferreira en las distancias cortas. Ayer lo tuve a escasos centímetros en el sanedrín en La Hora y me quedé igual que antes, vacío. Llegó tarde y se marchó antes en un síntoma de desprecio a los oyentes de la SER, a los lectores de AS y, por consiguiente, a los aficionados del Málaga. Dio apariencia de que vino a la tertulia forzado, no sé por quién, y se le notó tenso, sobre todo al principio, y distante. Luego se fue calentando y con su experiencia y sapiencia futbolística fue contestando a todas las preguntas sin excesivo rubor. Se expresó con facilidad. Su discurso sigue siendo el mismo de principios de temporada y no lo ha variado, a pesar de los resultados negativos como local. Quiere tiempo para ensamblar al equipo. ¿Pero aguantarán los seguidores y el dueño si los resultados son negativos, que esperemos que no ocurra? Es una buena pregunta, que ahora mismo no tiene respuesta.
No soy quién para dar consejos a nadie y menos al señor Ferreira, que me dobla en experiencia, tiene veinte años más y muchas más vivencias en la vida y en este mundo del fútbol. Por ello le tengo mucho respeto, aunque le diría que la prensa no se come a nadie y vamos todos en el mismo barco. Queremos lo mejor para el Málaga y que nos deje ser partícipes de este nuevo proyecto para que se lo podamos contar a esta maravillosa afición. Él ya ha comprobado su apoyo y la ilusión que despiertan él y su equipo. Fíjense si está ilusionada, que despide con aplausos a los jugadores tras una derrota. Si Muñiz y Tapia, antiguos entrenadores, hubiesen perdido tantos partidos en casa, habrían salido en helicóptero de La Rosaleda. El Málaga es un sentimiento. Volveré.
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