Por Daniel Marín
Ayer, mientras asistía a la presentación del Sheikh Abdullah como nuevo propietario del Málaga, me sentí un privilegiado. Estaba viviendo un momento histórico, grabando en mi magneto las palabras del nuevo referente del malaguismo y tomando notas de la rueda de prensa más espectacular que recuerdo. Llegué una hora antes, quería la primera línea, que no se me escapara un detalle. Tenía expectación por conocer el timbre de voz del jeque, por analizar sus miradas, por ver ese cacareado feeling con Sanz, por comprobar cómo se abría el nuevo fascículo del coleccionable. Deseaba licuar una opinión certera sobre quiénes eran, qué querían y hacia dónde iban a virar el timón de la nave.
Y me gustó. Bastante. Abdullah Ghubn, el secretario del jeque, me pareció un tipo preparado, con las ideas claras y que supo transmitir en el turno de preguntas su concepción de la nueva situación. Denoté ilusión, tolerancia y saber hacer. Habló de trabajo, de cantera, de transparencia, de mejoras integrales en las instalaciones, de reestructuración gradual del club sin tirar a la gente de la casa y recurrió varias veces al bienestar de los aficionados y a su deber de mantener la identidad y los valores del club. No recuerdo las palabras de Antonio Asensio cuando compró el Málaga, ni las de Sanz. Las de Ghubn, asentidas una a una por el jeque, se me quedarán marcadas. Puede que el Málaga no sea más que otro capricho del ricachón qatarí y que sus sílabas fueran medidas una a una con escuadra y cartabón. Vale. Pero lo importante en un discurso no es lo que digas, sino cómo lo digas. El carisma no se compra. Y la ilusión no se vende. Tú, emisor, me lanzas tu mensaje. Y yo, receptor, lo valoro. Esto no es política, pero casi.
Sólo me queda un cabo suelto en esta primera concepción de la nueva realidad. Bueno, mejor dicho, dos. Uno es cómo aceptará ahora Fernando Sanz su nuevo rol secundario en el club. Con sus virtudes y defectos, Sanz es un personaje clave en este periodo de transición que durará algunos meses, quizás años. Él ha sabido mantener de una forma eficaz un statu quo con la prensa, ha rehecho muchas relaciones institucionales y ha devuelto la ilusión a Martiricos. Merece ser escuchado y respetado, al igual que la gran mayoría de su consejo de administración. El segundo fleco de la cuerda es la planificación deportiva. ¿Jesualdo? ¿Sandro? ¿Lopetegui? ¿Vítor Baía? ¿Sanz? ¿Ghubn? ¿Jorge Mendes? Desconozco quién va a hacer los fichajes en el Málaga y cómo se va a trabajar en ese sentido. Y atinar aquí es marcar los goles. Vale que con dinero se puede hacer la plantilla en dos días, pero los euros no compran el éxito y los equipos sólidos y competitivos no se configuran a la ligera. El tiempo corre en contra, en dos meses empieza la Liga.
Ayer, mientras asistía a la presentación del Sheikh Abdullah como nuevo propietario del Málaga, me sentí un privilegiado. Estaba viviendo un momento histórico, grabando en mi magneto las palabras del nuevo referente del malaguismo y tomando notas de la rueda de prensa más espectacular que recuerdo. Llegué una hora antes, quería la primera línea, que no se me escapara un detalle. Tenía expectación por conocer el timbre de voz del jeque, por analizar sus miradas, por ver ese cacareado feeling con Sanz, por comprobar cómo se abría el nuevo fascículo del coleccionable. Deseaba licuar una opinión certera sobre quiénes eran, qué querían y hacia dónde iban a virar el timón de la nave.
Y me gustó. Bastante. Abdullah Ghubn, el secretario del jeque, me pareció un tipo preparado, con las ideas claras y que supo transmitir en el turno de preguntas su concepción de la nueva situación. Denoté ilusión, tolerancia y saber hacer. Habló de trabajo, de cantera, de transparencia, de mejoras integrales en las instalaciones, de reestructuración gradual del club sin tirar a la gente de la casa y recurrió varias veces al bienestar de los aficionados y a su deber de mantener la identidad y los valores del club. No recuerdo las palabras de Antonio Asensio cuando compró el Málaga, ni las de Sanz. Las de Ghubn, asentidas una a una por el jeque, se me quedarán marcadas. Puede que el Málaga no sea más que otro capricho del ricachón qatarí y que sus sílabas fueran medidas una a una con escuadra y cartabón. Vale. Pero lo importante en un discurso no es lo que digas, sino cómo lo digas. El carisma no se compra. Y la ilusión no se vende. Tú, emisor, me lanzas tu mensaje. Y yo, receptor, lo valoro. Esto no es política, pero casi.
Sólo me queda un cabo suelto en esta primera concepción de la nueva realidad. Bueno, mejor dicho, dos. Uno es cómo aceptará ahora Fernando Sanz su nuevo rol secundario en el club. Con sus virtudes y defectos, Sanz es un personaje clave en este periodo de transición que durará algunos meses, quizás años. Él ha sabido mantener de una forma eficaz un statu quo con la prensa, ha rehecho muchas relaciones institucionales y ha devuelto la ilusión a Martiricos. Merece ser escuchado y respetado, al igual que la gran mayoría de su consejo de administración. El segundo fleco de la cuerda es la planificación deportiva. ¿Jesualdo? ¿Sandro? ¿Lopetegui? ¿Vítor Baía? ¿Sanz? ¿Ghubn? ¿Jorge Mendes? Desconozco quién va a hacer los fichajes en el Málaga y cómo se va a trabajar en ese sentido. Y atinar aquí es marcar los goles. Vale que con dinero se puede hacer la plantilla en dos días, pero los euros no compran el éxito y los equipos sólidos y competitivos no se configuran a la ligera. El tiempo corre en contra, en dos meses empieza la Liga.