Llegó a Málaga con 33 años para dirigir al filial con la ilusión de todo el que empieza en un nuevo desafío. Poco antes había decidido que lo suyo era entrenar y consigo traía una experiencia exitosa en el Girona. Con el mismo objetivo que vino, que por los caprichos del destino apenas ha realizado, se marcha este verano. "Se lo dije a Fernando [Sanz] la semana pasada porque prefiero ir de frente y que el club pueda planificar la próxima temporada sin problemas. No sé si en los planes del club estaba renovarme, creo que si el equipo logra la permanencia sería lo lógico, pero entrenar es algo que tenía meditado desde hace tiempo", dice Ricardo Rodríguez Suárez, director deportivo del Málaga hasta que el 30 de junio finalice su contrato, puesto al que llegó hace dos temporadas, tras pasar el año del ascenso a Primera como segundo de Juan Ramón Muñiz y sólo haber dirigido al Atlético Malagueño (aún era Málaga B) "cinco semanas por requerimientos del club".
Como toda historia, la de este ovetense tiene un inicio, que era con las botas y el balón en los pies, nada de silbatos, pizarras y despachos. "Era un jugador de equipo, cumplidor. Donde me pusiesen, más o menos funcionaba. Siempre tuve la duda de que, si jugué en todas los puestos menos de portero, era porque valía para todos o no encontraban mi sitio", se define Ricardo Rodríguez, quien, en este Málaga, se ve reflejado en el juego de "Edu Ramos". Una lesión de rodilla, el dichoso cruzado, lo truncó a los 17 años "en La Coruña, jugando un partido de División de Honor juvenil con La Braña [club de un barrio de Gijón del que, entre otros, dice Ricardo que salió Luis Enrique, el ex jugador y actual técnico del Barcelona B] ante el Deportivo". "Yo era el único de Oviedo, era el carbayón, y recuerdo que me pagaban el ALSA [empresa de autobuses], mi bono de 48 viajes, de Oviedo a Gijón para ir todos los días a entrenar", rememora.
Justo en la ciudad de la Torre de Hércules es donde Ricardo Rodríguez realizó su formación más específica. Se licenció en el INEF de Galicia en 1998. Y, aunque antes en Oviedo ya había dirigido con 17 años a equipos de niños ("te dabas cuenta de que no sabes nada", reconoce), también empieza a picarle el gusanillo de técnico: "En Coruña empecé a entrenar cuando estaba en tercero de carrera. Conocí a un profesor, Manuel Pombo, que fue preparador físico de Fernando Vázquez en el Oviedo, y la persona que a mí me ayudó a empezar profesionalmente en esto. Me metió en la escuela de fútbol de La Coruña, me ofrecen quedarme con la dirección de la escuela, pero yo quería volver a Asturias, a Oviedo, a trabajar en temas de preparación física porque de entrenador veía que me faltaban cosas".
Esta amistad con su profesor le devolvió a sus orígenes. Allí notó lo que anhelaba de verdad para su futuro profesional: "Coincidió que yo acababa la carrera con que Fernando Vázquez dirigía al Oviedo y Manuel Pombo era su preparador físico. Entonces entro en el fútbol base del Oviedo como coordinador del trabajo físico de la base y del segundo equipo. En esos cinco años que estuve allí fue donde empecé a ver que quiero ser entrenador".
"Creo que la enseñanza del fútbol tiene que darse en la calle, unido luego a una escuela con un entrenador, pero con la dinámica de saber hacer un uno contra uno, un dos contra dos. Lo que hacíamos en la calle no se puede perder". Con esas, sus convicciones, se embarcó en una aventura para cumplir con su ilusión, transmitir fútbol, aunque todavía en una faceta un tanto diferente: en 2003 se marcha a México como profesor de las escuelas del Real Madrid, donde estuvo tres años.
"Me salió lo del Madrid en México. Me llamó Alberto Giráldez, al que conocía de haber hablado con él en algún congreso. Nos vimos un día en Oviedo y me propuso este proyecto de Azkargorta [Xabier]. Era para dirigir escuelas. Me llamaron a mí y a Alberto Gil, que ahora está en el Madrid como ayudante de Giráldez, para la aventura de México. Fue donde yo empecé. Dirigía la escuela y luego hicimos una selección de chicos. Todo lo que había visto en el Oviedo me sirvió de ayuda", cuenta.
Su estancia en el país centroamericano la califica de "experiencia extraordinaria, tanto a nivel personal como profesional". Allí se le abría una nueva visión de la vida: "¿Al final, qué pasa con México? Que es una ciudad enorme, de 120 kilómetros, que parece que nunca sales de ella. Pero al final haces vida en tres o cuatro sitios". Más contrastes se encontró el primer día que fue a presenciar un partido: "Me llevaron a Pachuca. A las ocho de la mañana salimos. Me dicen que Pachuca está al lado, pero tardamos mucho en llegar. Y vas durante 20 kilómetros viendo chabolas durante todo el camino. Acababa de llegar y me impactó mucho, porque lo que había vivido había sido la cara buena".
El recuerdo de Xabier Azkargorta, por entonces director de las escuelas del Real Madrid, siempre cala su discurso: "Las conversaciones que tenían con él me ayudaron bastante. Humanamente es un fuera de serie y luego, futbolísticamente, tiene ideas muy propias, ve cosas diferentes que nadie ve".
No obstante, lo que más le despertó la curiosidad fue descubrir otra concepción. "Un descanso en un partido de fútbol mexicano es un show. El patrocinio y el marketing están muy metidos. Es una de las cosas que más me llamó la atención. Durante el descanso, el que está calentando lo hace en una esquina porque el campo está cubierto por los diferentes espectáculos que montan. Que si el gol del millón, que si el gol de no se qué. Como dice Azkargorta, es un fútbol para jugar con dos pelotas", explica Ricardo Rodríguez, quien admite haberse amoldado hasta al picante: "Disfrutaba de esa cultura de comer tacos, del día de la independencia que van a la Plaza del Zócalo, con la bandera, de todo".
Mientras disfruta de esa vivencia, Ricardo Rodríguez se va sacando los distintos niveles del título de entrenador. Hasta que le queda el último, incompatible con lo que estaba haciendo: "Tenía que hacer el Nivel 3. Pero para ello tenía que venirme a España 30 ó 40 días. No era posible estando allí. Tomé la decisión de hacer el curso y buscar trabajo en España".
El destino, tras un periplo viendo entrenamientos por toda España y con la mente en Qatar, le llevó al Girona, donde "sorprendidos" por su interés le dieron las riendas de los juveniles: "Y por enero cojo el primer equipo. Si no se sube, aquello acaba como el rosario de la aurora. Para ser el primer año entrenando creo que me fue muy bien. Todo era por y para el fútbol. El gerente me decía que me ponía una cama en un cuarto y me ahorraba el alquiler porque estaba todo el día en el campo".
Muñiz recurre a él hace tres cursos para que dirija el filial. "Si me llaman para ser segundo entrenador, a lo mejor no hubiera aceptado, porque en el Girona era el primero", reflexiona por la función que pasó a ocupar en el club por la marcha de Fernando Gaspar al Benfica cuando "sólo había entrenado cinco semanas al filial".
La semana del ascenso le cambió la vida. Radicalmente, pues fueron días que propiciaron que ahora tenga un bebé de apenas mes y medio, Daniel, quien "llora bastante, pero la experiencia es espectacular". "A mi novia la conocí la semana antes de subir, la semana de mi vida. Ya le había dicho a Juan Ramón [Muñiz] que no iba a Santander, que quería entrenar. Estaba esperando a ver dónde entreno. Después de toda la fiesta hablo con Fernando de la dirección deportiva y empezamos con ello. Pero es que esa semana no sabía ni lo que iba a hacer la siguiente", confiesa. "En ese momento creí que puede ser una experiencia buena", afirma.
Se puso manos a la obra para hacer un bloque, el de Tapia, lo que define como "un máster". "En el mercado de verano llega un momento en el que la cabeza no te da. Son tantos nombres, tantas situaciones… Sobre todo el primer año", expone el asturiano, cuyo reto creció el último periodo estival: "El primer año, de Segunda a Primera, es complicado, pero este segundo más cuando hay que cambiar tanto la plantilla".
"Si el equipo se mantiene, es para que estemos orgullosos todos los que formamos parte del Málaga, no sólo de la dirección deportiva". Es lo que piensa el dirigente cuando se le cuestiona por sus méritos, negados últimamente por los vaivenes en materia de fichajes en enero. "Nos pasamos del presupuesto en junio y en diciembre había cosas que se iban de las manos. Nuestra obligación era dar opciones. El presidente prefirió sólo incorporar a Caicedo para no tapar la continuidad de los jugadores de la cantera", relata. "Al final estás en un puesto en el que estás expuesto a las críticas. Pero creo que hemos hecho un buen trabajo y dos equipos competitivos estos dos años. Las críticas las veo como algo que te pueden ayudar a crecer y te fortalecen", se justifica.
Su presente es el Málaga: "De aquí hasta el 30 de junio estamos buscando opciones para los puestos con jugadores que hay que suplir". No se olvida del tiempo desaprovechado el curso anterior con el Málaga ya salvado. "La experiencia nos tiene que servir y, si ahora mismo hay que dar un poco más, quizá haya que darlo para hacer el equipo el año que viene. Si no lo damos, a lo mejor no vamos a poder hacer el equipo como no seamos capaces de atar a esos futbolistas con los que negociamos. ¿Y su futuro?. "No lo sé", contesta. Asegura que ningún club se ha puesto en contacto con él. "Creo que lo ideal sería entrenar en Segunda, aunque tampoco descarto irme al extranjero si se da el caso. ¿Tirarme a la piscina sin agua? Suelo hacerlo de vez en cuando, lo hice en el Oviedo y en el Madrid. Y tiene que ser así porque si sigues de director deportivo mucho tiempo te puede costar más entrenar y eso es lo que me apasiona y con lo que me siento realizado", sentencia.
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