Juan Dixon: una burla a su destino
"No perderé"
"Vendo hielo en el infierno, vendo fuego en el infierno y venderé agua en un pozo. No perderé”. La cara de Dixon cambia. Totalmente convencido, con rabia y orgulloso, vuelve a repetir el estribillo. ”I will not lose”. Así, hasta tres veces, con la música de los auriculares al máximo para escuchar a Jay-Z, cuya canción "You don't know" ha tomado casi como un modelo vital.
“Es una gran canción y esa frase significa mucho para mí. No perderé, claro que no perderé, diga lo que diga la gente y aunque piensen que yo no soy capaz de hacer algo. Era un ritual antes de cada partido en la Universidad y sigo escuchándola ahora, repitiendo la frase en voz alta tres veces antes de cada partido”, afirma la última estrella llegada a la ACB de la mano del Unicaja, moldeada a base de golpes de la vida y con un currículum envidiable que se ganó por su talento y trabajo.
No es desconocida la infancia de Juan Dixon. Su ascenso pletórico a la gloria en Estados Unidos fue de la mano del relato de su dura niñez y paso a la madurez, con mil piedras en el camino, en una historia de superación y épica de las que tanto gustan al otro lado del charco.
“Dios se ha apiadado”. Paradójico significado el que tiene en hebreo su nombre, más propio de otras latitudes. “Sí, sí, parezco español llamándome Juan Antonio”, dice entre risas, explicando el porqué a continuación: “Ni familia española, ni latina, ni creo que tengo antecedentes con esos orígenes en mi familia… o eso pienso. Es sólo una tradición. Mi madre se llamaba Juanita y me llamó así. De todas formas, investigaré”.
Dos golpes, un refugio
Juanita era una buena mujer, al igual que Phill, su marido y padre de Juan. Al pequeño le inculcaron respetar a los mayores, a cumplir una serie de reglas básicas en casa e incluso le acostumbraron a realizar pequeñas tareas domésticas, como doblar la ropa o poner la mesa. Vaya, lo típico en una familia normal. Pero la droga les atrapó. La adicción a la heroína condujo a la cárcel a Juanita y Phill, cuando el nuevo jugador del Unicaja tenía sólo cuatro años, en el primer mazazo en la vida de un niño que no comprendía aún qué era eso tan envolvente y nocivo que les había separado de sus padres.
“Mi infancia fue dura por los problemas de mis padres con las drogas, ya que eran adictos. Pese a eso, mis familiares consiguieron que creciera felizmente”. Juan y sus hermanos se fueron a vivir a casa de sus abuelos, que, con la ayuda de varios tíos, sacaron adelante a la familia. El deporte aparecía en esos años como una vía de escape a la crudeza de la vida cotidiana. “Me dio por ser deportista y soñaba con convertirme en profesional, ya fuese de fútbol americano, baseball o baloncesto, aunque me decanté más por el basket porque siempre seguí los pasos de mi hermano mayor, que era mi mentor. Si él quería jugar, yo también lo hacía. Tenía 6 años cuando descubrí este deporte y me encantó”.
La única adición de Dixon era la pelota. Se pasaba horas y horas en las pistas de Garden Village, en Baltimore, anhelando un futuro más alentador. Era el particular refugio para un jugador que amaba sin condiciones a sus padres, por lo que sufría mandando a paseo a las personas que pasaban por casa buscando drogas, cuando les escondía las jeringuillas para que no se drogasen o cuando les veía recaer una y otra vez, en un bucle sin fin.
Un día, rebuscando entre cajones con su hermano Phil, encontró un papel de unos resultados clínicos que confirmaban que su madre tenía sida. “Mamá, ¿de verdad estás mala”?, le preguntarían aquella noche entre sollozos. Sí lo estaba. Juanita Dixon murió en agosto del 94 y marcó la adolescencia de un niño que ya se estaba haciendo mayor. Tenía 15 años por aquel entonces y su válvula de escape, no podía ser otra, fue el baloncesto. “Mi madre no quería que dejásemos de vivir porque ella ya no estuviera y no hubiera permitido que abandonásemos el basket o el colegio. Esa fue nuestra fuerza. Al día siguiente de su muerte ya estábamos en la cancha lanzando a canasta”, comentó su hermano en Sports Illustrated.
La siguiente burla del destino fue la noticia que les dio su padre poco después. El también había contraído el virus VIH. Juan Dixon, curado ya de espanto, volvió a usar la coraza del basket y decidió que para poder ir a una universidad de mayor nivel, tendría que darse a conocer en un instituto con más prestigio que en el que estaba, Lake Cliftor, por lo que se cambió al Calvert Hall, un centro privado y de pago en las afueras de Baltimore, que pudo financiar su tía.
Allí, se adaptó con rapidez y pronto era la estrella del equipo y uno de los mejores jugadores de todo el estado, con números estelares (23,4 de promedio el último año), éxitos colectivos y decenas de premios individuales. “En el instituto pasé mis mejores años. Esta etapa me ayudó a crecer no sólo como jugador de baloncesto sino como persona y le estoy muy agradecido a mi entrenador de entonces, que me preparó muy bien para la universidad y el resto de mi carrera. Fue una gran época”.
Todo parecía ir sobre ruedas, ya que su padre, después de perder a Juanita parecía haber corregido su rumbo. Consiguió vencer la batalla de las drogas, obtuvo un trabajo y seguía más de cerca que nunca las evoluciones en el basket de Phill y Juan. Sin embargo, en el momento en el que la luz al final del túnel se vislumbraba, un nuevo mazazo dejó helada a la familia. En agosto de 1995, cuando Juan no había cumplido los 17, volvió a descubrir el inclemente rostro de la desgracia, con la muerte de su padre, que a escondidas había seguido consumiendo drogas, algo que se comprobó en la autopsia.
Paciencia y aprendizaje
Tras el funeral, Calvert Hall jugaba contra Atholton. Dixon quiso jugar. No había entrenado durante toda la semana y su inicio de encuentro fue calamitoso, mas su talento se acabó imponiendo a su minado estado de ánimo y alcanzó los 25 puntos, lo que sorprendió al técnico asistente de la Universidad de Maryland, que había asistido para comprobar su evolución. “El baloncesto fue mi válvula de escape. Estaba muy triste y la gente me decía que tenía que creer en mí mismo. Y lo hice. Pasar por lo que vivimos mis hermanos y yo, te convierte en una persona más dura. Saber que tus padres están en la calle consumiendo drogas o cometiendo delitos duele, pero mentalmente te hace más fuerte. Por suerte, tuvimos una familia maravillosa que nos ayudó a cada uno de nosotros. Mis tíos, mis tías y mi abuela -que murió dos meses después del fallecimiento de su padre, para más inri- nos ayudaron a crecer. Básicamente, nos ayudaron a sobrevivir”.
La demostración de carácter de Dixon ante Atholton había encandilado a Maryland. No obstante, fue en el Nike Peach Jam de Augusta cuando los Terrapins se decidieron a apostar por Dixon, reclutándole para su Universidad. “A este jugador no habrá que hacerle jugar duro. Ya lo es”, decían. Lástima que tras su graduación en el instituto, en el SAT (un equivalente a la selectividad en EEUU) no tuviera la nota necesaria como para acceder al centro universitario.
Tocaba hincar los codos. Le ayudó la abuela de su novia Robyn, la que hoy es su mujer. Tanto se esforzó y tan bien hizo el examen que una comisión especial estudió su caso, porque la diferencia respecto a la anterior evaluación era tan excesiva que parecía que Juan había hecho trampas. La abuela de su novia se indignó mas el obstinado estudiante dijo que no importaba, que lo repetía si querían. Y lo hizo, no con una nota tan brillante pero sí con la suficiente para ser a todos los efectos miembro de la Universidad de Maryland, donde entró muy pronto en la dinámica del equipo de basket. “En el primer semestre no fui al colegio y ya en el segundo pude comenzar a entrenar con otros grandes jugadores, con los que practicaba. Aprendí mucho de ellos, no fue tan duro ese año en blanco”, comenta, orgulloso de haber visto entrenado con bases de la talla de Sarunas Jasikevicius.
Había una enorme expectación por ver en acción a aquel jugador del que su técnico en el instituto llegó a decir que anotaba triples con la misma facilidad que otros convertían bandejas. En 1997, llegó el momento de estrenarse en la NCAA, aún a la sombra de una súper estrella emergente, Steve Francis, del que era suplente. “Te digo lo del año anterior, no guardo la sensación de que fuese un año complicado, al contrario. Sólo tenía 18 o 19 años, qué mejor referente del que poder aprender en mi primera temporada. Era ya un jugador maravilloso”.
Juan Dixon tuvo un inicio prometedor en su primera temporada, aunque se le hizo larga la recta final, bajando el nivel, perdiendo protagonismo y conformándose con 7,4 puntos por encuentro en su estreno. No obstante, sus sensaciones habían sido francamente positivas, pero los resultados no acompañaron y St John’s, con Artest a la cabeza, acabó con sus esperanzas en el Sweet Sixteen.
Steve Francis se marchó a la NBA y él no desaprovechó su oportunidad. El conjunto aún contaba con perlas como Terence Morris, Drew Nicholas o Steve Blake. Sin embargo, los que asumieron el protagonismo fueron el pívot Lonny Baxter y el propio Dixon. Comenzó la temporada de manera fulgurante, siendo la nueva referencia en ataque del equipo, y mantuvo el nivel durante todo el año (18 pt y 3,6 asis. de media). “Fue en el segundo año cuando exploté. La gente empezó a conocerme y el resto… ya lo sabéis”. El único punto negro, la eliminación a manos de la Universidad de UCLA de Moiso, Watson y Kapono por un resultado escandaloso (105-70) en la segunda ronda de la ronda de la Midwest.
El momento de Dixon
Ese verano del año 2000, Steve Francis, miembro ya de pleno derecho del club de los galácticos en la NBA, tras ser rookie del año, jugó un amistoso en Washington y en la pista no pudo demostrar más que Dixon. En aquel momento, según confesaría más tarde Gary Williams, técnico de Maryland, el equipo descubrió que no sólo estaban ante un jugador brillante sino enfrente de otra posible estrella.
El tercer ejercicio para el de de Baltimore resultó soberbio. Su equipo, con él como líder indiscutible, logra acceder a la Final Four de la NCAA, donde únicamente un Duke repleto de estrellas Jay Williams, Duhon, Battier, Dunleavy, Boozer…) puede superar a Maryland. Sus números en ataque son parecidos a los del año anterior (18,2), aunque adquiere consideración y peso en la liga y se hace un jugador muy famoso, que tiene que lidiar incluso con la presión de los medios y el acoso de los fans, en busca de su autógrafo. Precios a pagar por el éxito. Merecía la pena. “Para mí todo era beneficios que llegaron después de mucho trabajo duro. Es fantástico recordarlo, jugaba bien, conseguimos muchas victorias, hice buenos amigos, los aficionados disfrutaron…”
Antes de su cuarta temporada, ya era un jugador de élite de toda la nación. Seguía existiendo el recelo de que un jugador con su físico pudiera triunfar en la NBA, lo que provocaba que su posición en los mock draft no fuese excesivamente alta, a pesar de que se valoraba cómo había evolucionado su físico desde su llegada y se reconocían sus virtudes en el juego. Era un pistolero que armaba el brazo muy rápido y se fabricaba sus propias canastas, dominaba el ritmo de juego a su antojo, no reservaba ni un gramo de fuerza y de coraje en la pista, sus penetraciones cada vez hacían más daño a los equipos rivales, asumía galones cuando la pelota más quemaba y su tiro, excelso, le había consagrado entre los mejores.
“Quiere la pelota en los momentos clave, no tiene miedo a nadie ni le afecta la presión. Siempre te da algo más, no sólo puntos. Además, es uno de los jugadores más positivos que he entrenado jamás y tiene un corazón de tigre, lo que le hace distinto al resto de jugadores del país. Nadie en la liga ha tenido tanto impacto como él en los últimos cuatro años”, afirmaba su técnico Williams. Los rivales también le admiraban. Mike Krzyzewski, que había sufrido en primera persona las exhibiciones de Dixon, se confesó seguidor de la estrella de los ‘Terps’: “Es mi jugador favorito de toda la NCAA”.
Y aún faltaba lo mejor. En su temporada como senior, el norteamericano hizo temblar todas las estadísticas. Rompió el récord de puntos de Len Bias en su universidad, se convirtió en el único jugador en la historia de la NCAA en superar al mismo tiempo los 2000 puntos, los 300 robos y los 300 triples, fue elegido en el quinteto ideal de la nación y protagonizó una fase final antológica.
En la cima del mundo
Siena, Wisconsin, Kentucky y Connecticut cayeron en la Región Este víctimas de Maryland, con Juan como máximo anotador en tres de esos cuatro partidos. Habría Final Four. En semifinales, el universitario de moda deslumbró en la victoria ante Kansas con 33 puntos y 3 asistencias. Y en la finalísima, con medio país mirando y muchas simpatías a los Terps por el bombo mediático a la historia personal de Dixon, los Hoosiers de Indiana no fueron rival y cayeron por 64-52. Una vez más, el de Washington fue la estrella de Maryland, con 18 puntos, siendo distinguido como Most Oustanding Player (Jugador más impresionante) de la Final Four.
Cortó la red como recuerdo, fue el más seguido por las cámaras y el foco de todas las miradas. Cuando las televisiones por fin desconectaron y la fiesta se trasladaba fuera del pabellón, Juan se acercó a su hermano, aquel que hizo de padre en los momentos difíciles y el mismo que le trasmitió su amor por el baloncesto. Entonces, emocionado le abrazó y, entre lágrimas, le susurró: “Esto es por ti. Todo esto para ti”.
Profeta en su tierra
“Sinceramente más que el mejor momento de mi carrera te diría que es el mejor de mi vida el ganar la NCAA siendo yo la estrella. Había jugadores tan buenos… y lo disfruté yo. Llegar al a Final Four y ganarla, disfrutar con los fans, estar en la cima del mundo… fue una experiencia maravillosa”, comenta un Dixon que entraba en la leyenda de la competición universitaria.
Poco después de saborear el mismísimo sabor del cielo, llegaba la noche del draft de la NBA. A pesar de a sus méritos contraídos, las expectativas no eran halagüeñas. Incluso sus compañeros de equipo Wilcox (seleccionado en la posición 8) y Baxter (nº 15), tenían más opciones de salir antes que él, porque se consideraba que su estilo de juego y su físico se amoldaba más al que exigía la NBA. Finalmente, su nombre no se oyó hasta la elección número 17, en el pick de Washington Wizards. “No me importa el número, lo único que recuerdo es que estuve toda la noche llorando como un bebé. Sentía que sueño se había realizado. Iba a jugar en la NBA”.
Al igual que en Maryland, la adaptación no fue fácil y en su primera temporada no jugó demasiado, 15 minutos de media en 42 encuentros, en los que firmó 6,4 puntos de media. Al año siguiente dio un paso al frente (9,4 de media), y en el tercero se estancó un poco más (8,1), aunque acabó a lo grande, anotando en un partido de Playoffs contra los Bulls 35 puntos. “Definitivamente, es el mejor partido de toda mi carrera, tuve un día tremendo. Esos tres años fueron fantásticos, crecí mucho como jugador y disputé buenos encuentros. Eddie Jordan me dio bastante confianza, éramos un equipo fuerte, con jugadores como Arenas, Hugues o Jamison y cada año mejoramos al anterior. Disfruté mucho”.
Una vez concluyó su contrato con los Wizards, llegó a un lucrativo acuerdo por tres temporadas (8 millones de dólares en total), con los Trail Blazers de Portland, con los que se salió en ataque, registrando 12,3 puntos, 2 rebotes y 2 asistencias por encuentro. “No ganamos muchos encuentros pero tuve la oportunidad de jugar mucho, algo con lo que todos soñamos. Y lo aproveché, una excelente temporada, en la que más anoté de todas. Mi mejor año, sí”.
De su paso por Portland, lugar que abandonó después de promediar 8,9 puntos a la siguiente campaña, se queda con un momento que no podrá olvidar. Los Blazers jugaban en la cancha de Washington ante el ex equipo de Dixon y los aficionados del Verizon Center, que no suelen recordar con tanto cariño a los antiguos jugadores, se entregaron en una ovación cerrada y larga que emocionó al jugador. Por segunda vez en su carrera, se sintió profeta en su tierra. “Ellos me seguían porque crecí en Washington y también son grandes aficionados de Maryland. Yo también les quiero mucho. Me hicieron sentir realmente bien con ese recibimiento”.
Final amargo para un periplo sólido
El de Baltimore, si bien no tenía la fama de la que podía presumir en su época universitaria, ni rozaba el dominio que llegó a tener en la NCAA, al menos era visto como un hombre solvente, un exterior fiable, que garantizaba puntos e intensidad defensiva desde el banquillo, por lo que tenía buen cartel en la liga. “Novias” no le faltaron. En la 2006-07, llegó a Toronto a cambio de Fred Jones. Y en la ciudad canadiense volvió a sentirse cómodo en ataque (11,1 pt. de media) en la última parte de la temporada, algo que no repitió en la 2007-08 (4,3).
En realidad, a la hora de hacer balance, a Juan Dixon le gustaría olvidar su último bienio en la competición norteamericana. Ni en Detroit, a donde llegó en febrero de 2008 por parte de Brezec (6,5 puntos de media) ni en su retorno a Washington (5,2), en su última temporada en la liga, se sintió cómodo y pudo mostrar su talento. “Los últimos dos años para mí han sido duros. A ver, yo soy un base-escolta, pero con una concepción mucho más clara de tirador y anotador que de director de juego. En mi último año con los Wizards, mi entrenador me dijo que para seguir jugando minutos tendría que convertirme en un base puro. ¡Y lo intenté! Pero ese no era mi estilo. Mi juego es anotar, desde siempre. Fue difícil la última etapa pero tengo una mentalidad fuerte como para superar todo ello”.
Las dos caras de su odisea griega
No aguantaba más. El 20 de octubre, tras ser cortado por Atlanta Hawks, Juan Dixon se dijo a sí mismo que prefería no forzar la situación, dejar de mendigar una oportunidad. La puerta de Europa estaba abierta. Y el primero que llamó fue el Aris de Salónica, que convenció al veterano tirador para aterrizar en Grecia. “Lo vi como una opción muy interesante. Significaba una oportunidad de ver detenidamente cómo era el baloncesto europeo. La NBA es fantástica, con gran talento y los mejores del mundo y yo creo que he tenido éxito estando siete años en ella, pese a las dificultades en los dos últimos. Sigo teniendo aspiraciones de jugar allí pero este año me he centrado en Europa”.
En el Aris de Salónica, Dixon cumplió con el rol asignado, el de anotar. Salvo en algunos encuentros con participación simbólica, respondió a los minutos con puntos: 12 -en 17m- al Panathinakos, 20 a Ilyasiakos o 31 al AEK en la competición doméstica, además de anotar en la Eurocup 20 al Hapoel Jerusalem y 19 al BC Siauliai. Sin embargo, sus relaciones con Fotis Katsikaris, actual entrenador del Bizkaia Bilbao Basket, eran tormentosas y después un partido en el que Dixon se vengó de la acusación de individualista renunciando mirar al aro, la situación se precipitó.
Sin éxito en el Aris de Salónica
Terminaba 2009 y, con él, su primera experiencia en el viejo continente. Sólo había durado dos meses. “Katsikaris y yo simplemente no nos llevábamos bien. Creo que hice bien mi trabajo de ser uno de los máximos anotadores, al final nos fuimos en diferentes caminos”, comenta el norteamericano, que en la prensa griega prometió en su marcha tomarse en la pista revancha cuando se cruce nuevamente con el técnico heleno.
Un líder contento con su rol
Semanas después, Juan Dixon recibió la llamada de un Unicaja con urgencias, en un mal momento tras no clasificarse para la Copa y con la necesidad de un referente exterior que pueda cambiar la dinámica del equipo esta temporada. Y aceptó. “He venido a Málaga para ganar y que el equipo tenga el mayor éxito posible. Es mi mayor objetivo, hacerlo lo mejor posible”.
Nombre ilustre y de caché, los aficionados malagueños se ilusionaron con sólo oír su nombre. Con todo, algunos se preguntaban qué motivación le puede quedar a alguien que ha sido una leyenda universitaria, que ha cumplido con creces su sueño NBA y que ya pocas cosas tiene que demostrar a los 31 años. “¿Motivación? ¡Muchísima! Me queda aún mucho baloncesto y varios años al más alto nivel. Pasó el tren y lo cogí, para acabar en Málaga. Era una oportunidad. Soy un tipo afortunado, con salud y dos niños pequeños que son mi motivación. Quiero enseñarles cómo juega su padre al basket”, replica, con los ojos iluminados.
Como si asumiera del todo ese rol de salvador que algunos le asignan, más desde su exhibición en Fuenlabrada (20 puntos), 72 horas después de firmar por el equipo, toma la iniciativa y quiere compartir su ilusión con sus nuevos aficionados: “Les diría que sigan animando porque creo que lo vamos a hacer realmente bien. Ardo en deseos por jugar delante de ellos este sábado y espero seguir progresando y ganando muchos partidos”.
De su primera semana en ACB, se queda con el alto nivel de compañeros y oponentes, destacando por encima de todo con una figura en concreto, la de su técnico Aíto García Reneses: “Lo mejor de este equipo es el entrenador. Me encanta. En Fuenlabrada nos gritaba pidiendo que jugásemos libres. Tiene diferentes esquemas que nos exige realizar, claro, pero nos da mucha libertad. ‘Salid ahí y jugad’. Y lo hacemos con mucha confianza, corriendo, tirando rápido. Lo que más me sorprendió el pasado domingo fue cuando, a falta de 6 minutos, ganando por 10, él seguía con su filosofía. ‘Tíos, no juguéis con el reloj, corred, seguid jugando rápido, salid cómodos y a divertirse. Es probablemente la mayor libertad que he tenido en mi carrera y estoy contentísimo aquí, me encanta Aíto”.
Un guión por escribir
Lejos queda ya en el tiempo su tragedia familiar, hace ya década y media, la mitad de su vida. Todo ha cambiado. El enclenque que se tiraba hasta las zapatillas en el instituto maduró a base de golpes en el corazón y tuvo una trayectoria completísima, que espera mejorar aún más en Málaga. Y es que todo ha cambiado tanto. Su tía Shaila, una de las que le ayudó a salir adelante, es ahora la alcaldesa de Baltimore. Algunos de los que estaban a su sombra en la Universidad son hoy estrellas consolidadas en la NBA, sí, pero otros muchos también se perdieron por el camino y a él nadie le quita ya haber cumplido su sueño de la infancia.
Entre tanto cambio y vueltas de la vida, algo permanece inalterable. El recuerdo de unos padres a los que lleva tatuado en la mente… y en el propio cuerpo. “Hay un ritual que comencé en la Universidad y que sigo haciendo. Cada vez que estoy en la línea de tiros libres, antes de lanzar, me toco el corazón, donde tengo un tatuaje de mi madre, y a continuación el bíceps izquierdo, donde llevo el nombre de los dos. Así están más cerca de mí”.
Casado con Robyn, su novia desde el instituto, confiesa estar ansioso por su inminente llegada a la Costa del Sol, con sus hijos de la mano, para que la felicidad sea del todo completa. Mientras tanto, le pone los dientes largos. “El otro día hablaba con ella y unos amigos por la red y les dije que ésta es la ciudad más bonita que he visto en mi vida. Le va a encantar Málaga, vio fotos por Internet y se ha quedado prendada por lo preciosa que es. Llegué hace muy poco y es mi primera vez aquí, pero estoy muy feliz por jugar en una ciudad tan maravillosa. ¡Y me encanta el clima!”
Juan Dixon pilla carrerilla y continúa, radiante y como un niño con zapatos nuevos por esta nueva etapa. “Me atrae mucho el estilo de vestir que tenéis vosotros, los europeos. Y es que a mí me encanta la moda, la ropa y las compras”, comenta entre risas, añadiendo que sus otras pasiones son las películas y los videojuegos y resumiendo su filosofía de vida en una frase: “Me gusta hacer todo lo que sea divertido”. Y ganar, claro.
Este sábado, antes de estrenarse en la pista del Martín Carpena ante el Suzuki Manresa, repetirá tres veces ese "I will not lose" tan simbólico en su vida. Ni las jeringuillas, ni las enfermedades, ni las tragedias pudieron derrotarle. Quiebro a un guión que parecía marcado y que borró para escribirlo a su antojo y ponerle final feliz, aún con muchos capítulos pendientes. Huída hacia delante. Mano al pecho, cabeza alta. Fuerza, orgullo, sonrisa. Una burla a su destino. Él no perderá jamás.
FUENTE: DANIEL BARRANQUERO, ACB.COM
PD: Fantástico reportaje de mi amigo Dani.
(
Últimas imágenes
Abono
Mensajes
Fama en foro
toperfe
Jose Antonio
Frente313
| | 
para tu android
