La nueva ordenanza de ruidos y las denuncias vecinales obligan a muchas bandas de cornetas y tambores a ensayar en lugares cerrados. Se superan los 113 decibelios y ya hay músicos con problemas auditivos
El sonido de la corneta y el tambor de cada tarde ha desaparecido de las calles. Las bandas han tenido que trasladar sus ensayos al aire libre a frías y oscuras naves industriales, lugares cerrados que no reúnen las condiciones adecuadas y que entran en colisión con el espíritu del género, creado en esta ciudad hace casi un siglo, precisamente, para interpretarse en la calle, en las procesiones. La nueva ordenanza municipal de ruidos y las continuas denuncias vecinales se han llevado la música a otra parte y pueden acabar con una de las principales tradiciones culturales de Málaga.
Hasta ahora, estas formaciones mantenían su actividad gracias a una autorización especial del Ayuntamiento, que ha sido derogada cuando el 1 de mayo entró en vigor la normativa. Sólo Estrella y Bomberos (la Madre y Maestra de Andalucía) mantienen su habitual ubicación en Martiricos. Las demás se han tenido que mudar, asediadas por las multas.
Fusionadas ha dejado el Parque tras más de 25 años y se ha ido a una nave en Fuente Olletas, donde la cofradía guarda los tronos. Lo mismo ha tenido que hacer Lágrimas de San Pedro. El Carmen ha dejado de tocar en el puente Juan Pablo II y ha alquilado una nave en el polígono San Rafael, que le cuesta unos inasumibles 800 euros al mes. La Esperanza practica en su casa hermandad y la agrupación musical San Lorenzo Mártir, de Viñeros, en el sótano de la antigua casa hermandad del Rocío, por cuerdas de instrumentos, porque no caben todos los componentes a la vez.
Esta situación ha creado más de un inconveniente. El principal, de salud. Alan Antich, ingeniero técnico en Telecomunicaciones y máster en Ingeniería Acústica está desarrollando un estudio en el que se pone de manifiesto los graves traumas auditivos que sufren ya más de un músico, expuestos a más de 113 decibelios durante dos horas cada día. "Según la OMS, a partir de 80 decibelios se puede producir deterioro auditivo que puede derivar en traumatismos acústicos agudos y crónicos", advierte.
Antich ha visitado los ensayos de todas las bandas malagueñas y ha tomado muestras con su sonómetro. Mientras que tocando en la calle no se llega a 80 decibelios, "situándonos a cinco metros de la banda", donde el sonido se enmascara con los árboles, el asfalto y el tráfico, la reverberación que se registra en un lugar cerrado puede multiplicarse y provocar hipoacusia o sordera que ha generado ya más de una baja en las distintas formaciones. "Además, hay que tener en cuenta que el sonido de la corneta, por su naturaleza, sus agudos, es de muy alta frecuencia, llegándose a los 3.000 hertzios y que las paredes de estas naves son de chapa que no absorben el sonido", explica. Lo mismo ocurre cuando se ensaya en una habitación de una casa hermandad, con los techos demasiado bajos. Adecuar una sala con material aislante y trampas de graves puede costar unos 15.000 euros, según los presupuestos que ya barajan algunas de estas formaciones.
Contradicción. ¿Cuál puede ser la solución? Es difícil y sobre ella se debate desde hace meses, sin fructificar, de momento, ninguna de las propuestas planteadas. Ensayar dentro de un recinto cerrado cuando las bandas están concebidas para actuar al aire libre es ya una contradicción que, sin lugar a dudas, también va a repercutir en la calidad y el nivel musical de las bandas malagueñas, que gozan de reconocido prestigio. El presidente de la Plataforma de Bandas de Cornetas y Tambores Ciudad de Málaga, Daniel Zumaquero, insiste en que el Ayuntamiento tiene que tomar cartas en el asunto. "Lo único que plantean es que nos vayamos a la Feria", dice. En el Cortijo de Torres está, desde poco antes del verano, la nueva banda del Cautivo, que aún no se ha presentado. El principal inconveniente es la falta de transporte. Los más mayores, que tienen coche, se encargan de traer y llevar a los más pequeños.
Otra hipotética solución que se llegó a plantear antes de Semana Santa fue planificar estos ensayos en el Puerto, en la explanada de San Andrés, "pero eso está en punto muerto", asegura Zumaquero, que echa en falta mayor voluntad política y critica el especial celo vecinal porque se cumpla la normativa de ruidos cuando se trata de bandas y no con otros fenómenos sociales.
"Para los músicos es muy duro ser acusado de estar contaminando acústicamente la ciudad cuando ejercen una actividad cultural e incluso social, ya que enseñan solfeo y a tocar un instrumento a muchos niños", concluye Antich, que recuerda que las bandas están integradas por miembros de toda clase social, que se unen por su amor a la música y a la Semana Santa.
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