Es el segundo entrenador cuyo nombre se corea en La Rosaleda, tras Barinaga, pero el martes sucedió hasta tres veces
«Manuel, Manuel, Manuel Pellegrini». Y en vez de un solo cántico, otro más con palmas. El entrenador chileno comienza a acostumbrarse a que su nombre sea coreado por los aficionados malaguistas. Sin embargo, nunca hasta el extremo de que más de veintiséis mil personas ensalzaran al unísono la figura del técnico y hasta en tres ocasiones. «Jamás me he sentido cuestionado por la grada. Al contrario, siempre he notado cariño y aprecio», ha explicado varias veces.
Pellegrini no es un tipo que exprese fácilmente sus sentimientos en público. No van con su forma de ser ni los gritos, ni los aspavientos, ni mucho menos las poses para la galería. Los árbitros lo respetan y, sobre todo, lo admiran. Solo una vez, con Rubinos en Valencia -por lo que consideraba una injusticia en una cita crucial-, no fue él y acabó expulsado. Pero no suele ser el caso. Igual que tampoco se le ve con una libreta o unas notas en la mano. Todo el partido lo guarda en su cabeza.
«Mi estilo es el que gusta en el sur», recalcó en una de esas conversaciones informales en los aeropuertos, donde por su timidez se siente abrumado ante los elogios y los saludos de aficionados o simplemente empleados. Él nunca se salió de su guion. Tenía y tiene las ideas muy claras, unos conceptos muy definidos que, eso sí, no oculta en privado que le hubiera gustado exprimir en el segundo año firmado con el Real Madrid y que no pudo cumplir.
No todo ha sido un paseo cómodo en el Málaga. Al principio recibió críticas. «Hay que tener paciencia, todo tiene un proceso», argumentaba en la víspera del comienzo de la remontada en Anoeta. Se le llegó a reclamar que renunciara a su estilo y a criticar que no estaba acostumbrado a entrenar a equipos pequeños. «No hay equipos grandes o equipos pequeños; hay equipos con un estilo y otros sin él, y los mejores son los que tienen un estilo reconocible para cualquiera», incide. Así que no tardó en ofrecerse para no ser un obstáculo cuando en su primera media campaña intuyó un par de momentos de dudas en el entorno más próximo.
Primero los elogios fueron para Baptista; luego, para Cazorla, Toulalan, Isco... Pero desde el primer día el chileno trató de inculcar una filosofía, su filosofía. Ese «todo tiene su proceso» obedecía a que siempre tuvo claro que la transición de modesto a 'grande' (el proyecto que le habían contado hasta el verano) exigía una maduración lenta. Su felicidad también se debe a que se han acortado los plazos, como se ha encargado de recordar alguna que otra vez.
Solo Sabino Barinaga esuchó antes corear su nombre en La Rosaleda y tuvo que saludar a los aficionados (en un 4-0 de Copa frente a Osasuna en 1962). Manuel Pellegrini, idolatrado en Málaga, ya se ha acostumbrado a que el cariño y el aprecio que siempre observó se torne pasión por su figura.
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