MARÍA JOSÉ LORENZO A pesar de sus muchos años, Manuel Fraga Iribarne, seguía manteniendo su porte peculiar, su voz categórica cuando hablaba, pero nunca dejaba de ser amable. Esta entrevista, inédita, fue realizada cuando ya había dejado la presidencia de la Xunta, que ocupó durante 16 años. Pese al paso del tiempo transcurrido no pierde vigencia al abordar aspectos de su polémica personalidad, que desvelan su lado más humano.
Don Manuel nos recibió rodeado de la prensa del día: "No me da tiempo a leer todo en profundidad, pero sí le doy un vistazo a todos los periódicos; me salto el deporte, solo leo la crónica del Deportivo y del Villalbés", del que fui presidente".
–Don Manuel, ahora puede descansar un poco más.
–No sé si la palabra descanso es la correcta, pero evidentemente, después de quince años de servicios a Galicia, añadidos a otros muchos, donde me tocó vivir la última etapa del franquismo ... He estado toda mi vida dedicado al servicio público, no es un buen negocio, pero es interesante.
– En las últimas elecciones gallegas a las que se presentó, fue el más votado. Sin embargo, se quedó sin la presidencia de Galicia.
–He sido el más votado, pero la alianza entre otros partidos no me permitió formar gobierno, igualmente fue un éxito.
– Ha tenido una carrera intensa. Seguro que recuerda algún momento, el más emocionante entre todos.
–En política hay muchos momentos malos y otros buenos, y eso hay que saberlo. Yo diría que la primera victoria en Galicia, fue el momento más emocionante de mi carrera política.
–Durante tantos años, supongo que ha tenido que sacrificar su vida privada, la familiar.
–Mi pobre mujer, que en paz descanse, decía que vivía como una viuda y en cierto modo tenía razón. Pero dicho esto, es evidente que Dios me ha compensado, porque todos mis hijos y todos mis nietos, han salido buena gente y estoy más que compensado.
–¿El momento más duro de su vida personal, cuál ha sido?
– Evidentemente, la pérdida de mi esposa ha sido la más dolorosa, estábamos a punto de celebrar nuestras bodas de oro, casi cincuenta años de matrimonio. Era una mujer extraordinaria.
–Era importante la comprensión que doña Carmen tenía con usted, para poder sobrellevar la vorágine de su vida.
–Ella fue muy comprensiva y al mismo tiempo sabía ser firme cuando era necesario y daba sus opiniones.
–Padre de cinco hijos.
–Cinco hijos y han salido todos buenos. Me han dado nietos a su vez.
–¿Y tiene contacto asiduamente con ellos?
–De los nietos con quien tengo más contacto es con Kikola, porque es la única que vive en Galicia, los demás, unos viven en Madrid y otros en Burgos, pero los veo a menudo.
–Las reuniones familiares las celebran en su casa de Perbes, ¿no?
–Sí, la casa que destruyeron los terroristas, que volvió a levantar mi mujer con mucha ilusión. Nos reunimos en verano.
–¿Su esposa, nunca le hizo ningún reproche?
–Muchas veces, como es natural. Mi esposa era una persona universitaria, muy intuitiva y casi siempre tenía razón, no llegábamos a tener crisis, afortunadamente.
–¿Tampoco sus hijos?
–No, no, los hijos han sido siempre respetuosos. Como han tenido una preparación parecida, todos tienen estudios, han hecho idiomas, comprendieron la falta de tiempo, porque sabían que era por obligaciones importantes.
–¿Solo una salió política como usted?
–Sí, Carmen, es eurodiputada, pero llegó allí como funcionaria. A la gente que me pide consejo para entrar en política, siempre digo lo mismo, que la política es un mal negocio.
–¿Cómo aprovecha el tiempo que ahora le queda libre?
–Ahora tengo más tiempo, pero también más responsabilidad, hay que dar paso a los jóvenes.
–¿Se arrepiente de algo, don Manuel?
–De muchas cosas.
–¿Se siente orgulloso como padre, cree que le ha dado el tiempo que necesitaban sus hijos?
–No sé si todo el que debería haber dado, por esas obligaciones que te impone un cargo.
–¿Trata de compensarlos a través de Kikola, que es la nieta que más ve?
–Kikola vive en Galicia y es más fácil tratarla, además es una niña muy inteligente y muy agradable, a pesar de eso, yo no hago diferencias con ninguno de ellos.
– Es mejor abuelo que padre, los consiente más?
–Es un problema que tenemos todos los abuelos. Recuerdo que mi pobre madre, que tuvo doce hijos, yo soy el mayor, tuvo que amortajar a dos de ellos, cuando tuvo nietos los mimó y nos decía que educarlos lo deberíamos de hacer nosotros. Es una relación distinta, más benévola, más comprensiva.
–¿Qué le pide en estos momentos a la vida, cuál es su ilusión?
–La ilusión es poder retirarme al final con la mayor parte del deber cumplido.
–Dígame un epitafio.
–No soy hombre de epitafios. He hecho alguno, para un hermano mío que se ahogo con veintiún años, pero yo no lo haría para mí.
– ¿Qué le gustaría que dijeran de usted?
–Que fui un hombre de bien, que hice todo lo que pude por mis semejantes.
–¿Algo que le hubiera gustado haber hecho pero que no pudo por sus muchas obligaciones?
–Son muchas, uno siempre tiene más ilusiones de las que es capaz de realizar, pero en conjunto, me atrevo a decir que hay un antes y un después de mis gestión en Galicia, he demostrado que se puede ser muy galleguista, muy regionalista, sin atentar contra la unidad de España.
–Su amor por Galicia le ha evitado hacer otras cosas, como por ejemplo, escribir.
–He escrito bastante en estos años, ahora escribo menos. Tengo experiencia y alguna preparación, hablo vario idiomas y he vivido varias etapas, los años también tienen su importancia. También es importante saber algo de la naturaleza humana.
–¿Qué no soporta del ser humano?
–El ser humano es imperfecto, desde el pecado original.
–¿Se equivocó muchas veces?
–Como todo el mundo.
–¿El error que no se perdona?
–No creo que en lo esencial me haya equivocado, ni en el final del régimen anterior, ni en la transición, ni en la Xunta, En lo esencial no me he equivocado, pero según las situaciones lo hacía lo mejor que podía.
–Le han criticado su mal carácter, su verborrea, sin embargo, nunca su honestidad.
–Soy impulsivo y hay que tener carácter para impulsar el sistema de infraestructura, el sanitario, el educativo, el de medio ambiente, que no es el mismo de cuando llegué yo aquí. Para impulsar, hay que tener fuerza y no dejar que las cosas salgan solas. De corrupción, el mal mayor de la política, nadie me puede acusar, gracias a Dios.
–¿A qué dedica su tiempo libre, entre comillas?
–Es el momento de prepararse para el viaje definitivo.
– ¿Se siente querido?
–Hay de todo, la mayoría de los gallegos valoran el cambio político que hice. Durante las campañas he podido sentir el cariño de las personas de las aldeas y sobre todo de los emigrantes gallegos, que están dispersos por el mundo.
–¿Y con Fidel Castro, qué me diría?
–Fidel vino a Galicia en 1992, con motivo de la Expo de Sevilla; quiso venir a Galicia, él es hijo de gallego, y nos reunimos. Conoció el pueblo de su padre.
–¿Por qué no le aconseja que cambie la política de su país?
–He mantenido conversaciones muy interesantes, en las que él no me ha hecho mucho caso.
–Tienen hambre, ¿usted ha pasado hambre?
–Si, cuando finalizó la Guerra Civil española, era estudiante y no había comida. Yo conocí el hambre y se lo que es.