Regresa a la élite la auténtica rivalidad
Antonio Berdugo habla de la rivalidad existente entre Málaga y Granada.
YA tenía ganas de poder hablar de este partido. Son casi 40 años esperando el reencuentro del Málaga con el Granada, el auténtico derbi de veras, no el protagonizado con el Sevilla, que ha sido una cuestión más política que deportiva. Los años de penas del conjunto rojiblanco lo habían hecho olvidar y desconocer a los más jóvenes, pero los que vivimos la intensa época de enfrentamientos podemos contar mucho al respecto.
Para empezar, explicando el por qué de esta rivalidad. Aunque, ciertamente, no se sabe bien el origen. Al borde de la década de los 50 ya se podía palpar la tensión entre ambas escuadras. Pero no sólo en el campo, también entre los espectadores. Yo lo he vivido en mis carnes. Sobre todo, a raíz de nuestro primer triunfo en Los Cármenes, que tuvo lugar en la temporada 47/48, la segunda vez que los visitamos.
La tarde había ido muy bien después de llevarnos los dos puntos. Una hermandad de Málaga había puesto a disposición el tren botijo. Mi padre y yo íbamos en uno especial, más caro que los demás, pero todos fuimos iguales cuando en el regreso nos detuvimos en Santa Fe. Las cosas que empezaron a entrar volando por la ventana eran de lo más dispares: pilas, piedras, ¡hasta remolachas! Tuvimos que abrir las ventanas para que no se rompieran los cristales. No nos pasó nada, pero había que escuchar las barbaridades que nos decían. Pero no nos engañemos, aquí en Málaga pasaba lo mismo.
Del flujo continuo de jugadores, lo cual también reactivaba la enemistad, tengo tres grandes recuerdos. El primero que pudimos pescar del Granada fue González, en la temporada 48/49. Aquel defensa izquierdo, el abuelo de Lucas Alcaraz. Ya conocéis el gran cariño que le tengo a esa familia de anteriores escritos.
El siguiente en venir, ahí abajo a la izquierda veis su busto, fue Manolo Méndez, cuyo padre era el jefe de Obras Públicas de Andalucía. También defensa, también fantástico. Este vino en la 51/52. Él fue el protagonista de la mítica historia de ese verano en Motril, bañándose en la playa. Abdallah Ben Barek, con un bañador amarillo, se estaba ahogando en la playa y Méndez, socorrido por dos compañeros de equipo granadinistas, lo sacó del agua y le salvó la vida. Ben Barek siempre dice en todas las comidas de veteranos a las que he ido que él nació en esa fecha. Así que se quitó veinte y tantos años de encima.
El marroquí es precisamente el tercer jugador del que quería hablar: vino al Málaga en el año 58 y estuvo hasta el 68, una década blanquiazul, hasta que retiró. Por cuestiones familiares, tenemos una amistad muy especial. De hecho, él me llama a mí Tito Antonio. Jugaba en la medular, pero se adaptaba bien a la delantera. Y ahí sigue dejando su legado en la escuela de jóvenes valores.
Sólo una vez nos ganó el Granada en La Rosaleda, hace ya casi medio siglo. Aunque yo me quedo con un resultado más antiguo aún: el 5-0 que les endosamos en la temporada 48/49. Porque al Granada siempre le iba mejor que a nosotros.
Cuando no había partido del Málaga aquí, me iba con mi padre a Los Cármenes, a ver el Barcelona o el Madrid. De allí alguna vez tuve que salir corriendo. En el antiguo estadio había unas tapias por donde entrábamos y un jardín yermo delante de las tribunas. ¡No había que correr nada de vuelta del partido cuando ganábamos! Y es que ni aquí ni allí podías ir en coche con matrículas de locales. No era odio, era algo muy raro. Ríete de lo que pasa con el Sevilla.