En el corazón del mayor recinto industrial de la provincia gana terreno la comunidad asiática, dedicada a todo tipo de comercio mayorista. Los empresarios orientales acaparan ya la cuarta parte de los negocios instalados en el polígono
Después del verano de 2010, la actividad del Puerto empezó a resurgir después de un mortecino primer semestre. Los contenedores volvían a colorear por fin el paisaje de la terminal malagueña. Lo que muchos no saben es por qué se produjo aquel repunte. Si alguien hubiera abierto alguna de las grandes estructuras de metal que descargaban las grúas, habría descubierto que la mayoría estaban llenas de artículos de regalo y decoración navideña. Productos asiáticos y baratos destinados a nutrir la espiral consumista de las fiestas.
Buena parte de las guirnaldas, espumillones, bolas y demás adornos que se colaron en casa de los malagueños durante las pasadas fiestas provenían de esos contenedores, pero antes de llegar a las tiendas y mercadillos hicieron parada en el polígono Guadalhorce. Allí, concentradas en un puñado de calles en el corazón de este recinto industrial, más de un centenar de naves mayoristas regentadas por empresarios chinos reciben las importaciones asiáticas y las revenden a comerciantes minoristas. Su presencia ha crecido de forma muy visible en los últimos tres años, según confirma la presidenta de la Asociación de Polígonos y Parques Industriales y Comerciales de Málaga y Provincia (Apoma), Ana López. «Su mayor expansión ha coincidido con la crisis», afirma.
No es casualidad. Al mismo ritmo que empresarios locales abandonan el polígono por falta de rentabilidad, los comerciantes chinos ocupan su lugar. «Pagan hasta un 30% más del precio de mercado por alquilar las naves, y eso está empujando a muchas compañías que llevaban toda la vida aquí a cederles su sitio», explica el vicepresidente de Apoma, Sergio Cuberos. De esta forma, asegura, han llegado a representar la cuarta parte de las empresas presentes en el Guadalhorce.
Son negocios que buscan la concentración, por lo que hay calles del recinto que ya no tienen rastro de presencia española, y otras en las que sólo una o dos empresas locales resisten la colonización asiática. «Son buenos inquilinos, pagan bien y no dan problemas. Lo único que nos preocupa es que en muchas naves hay gente viviendo y eso puede ser peligroso», añade Cuberos.
Público heterogéneo
En la Chinatown malagueña, los rótulos se escriben en chino y español, dando la bienvenida a todo tipo de público. Y es que las naves regentadas por orientales no sólo abastecen a los bazares de sus compatriotas. «Viene mucha gente de mercadillos», explica en su precario castellano Yong Ling-Lin, la encargada de un negocio especializado en ropa infantil que lleva seis años abierto en el Guadalhorce. «Les gustan nuestros productos porque son baratos y hay mucha variedad», añade mientras enseña el precio de un polo de manga larga: 3,5 euros que, una vez en el mercadillo, se multiplicarán por dos para que el vendedor ambulante se lleve su beneficio. Además, en estos almacenes mayoristas la rotación del género tiene ser muy alta, así que los productos que no se venden en un par de semanas se rebajan automáticamente.
Son precios imbatibles que explican por qué los vendedores ambulantes se han rendido a los encantos de las importaciones chinas. No obstante, Ling-Lin asegura que la crisis también les afecta: las ventas llevan bajando un 50% dos años seguidos y, además, los costes de producción también suben en su país. «Los trabajadores ahora cobran más y el petróleo sube», indica.
Los comercios asiáticos del polígono cada vez segmentan más su oferta: los hay de bisutería, de moda, de lencería, de ropa infantil, de ferretería, de sombreros... y hasta de trajes de gitana. La mayoría sigue ofreciendo el típico aspecto de almacén mayorista diáfano, pero hay cada vez más establecimientos que se europeizan e intentan adoptar cierta imagen de marca. De hecho, en Madrid y Barcelona ya están surgiendo cadenas de moda chinas con una identidad comercial única: 'Zaras' al estilo mandarín
Después del verano de 2010, la actividad del Puerto empezó a resurgir después de un mortecino primer semestre. Los contenedores volvían a colorear por fin el paisaje de la terminal malagueña. Lo que muchos no saben es por qué se produjo aquel repunte. Si alguien hubiera abierto alguna de las grandes estructuras de metal que descargaban las grúas, habría descubierto que la mayoría estaban llenas de artículos de regalo y decoración navideña. Productos asiáticos y baratos destinados a nutrir la espiral consumista de las fiestas.
Buena parte de las guirnaldas, espumillones, bolas y demás adornos que se colaron en casa de los malagueños durante las pasadas fiestas provenían de esos contenedores, pero antes de llegar a las tiendas y mercadillos hicieron parada en el polígono Guadalhorce. Allí, concentradas en un puñado de calles en el corazón de este recinto industrial, más de un centenar de naves mayoristas regentadas por empresarios chinos reciben las importaciones asiáticas y las revenden a comerciantes minoristas. Su presencia ha crecido de forma muy visible en los últimos tres años, según confirma la presidenta de la Asociación de Polígonos y Parques Industriales y Comerciales de Málaga y Provincia (Apoma), Ana López. «Su mayor expansión ha coincidido con la crisis», afirma.
No es casualidad. Al mismo ritmo que empresarios locales abandonan el polígono por falta de rentabilidad, los comerciantes chinos ocupan su lugar. «Pagan hasta un 30% más del precio de mercado por alquilar las naves, y eso está empujando a muchas compañías que llevaban toda la vida aquí a cederles su sitio», explica el vicepresidente de Apoma, Sergio Cuberos. De esta forma, asegura, han llegado a representar la cuarta parte de las empresas presentes en el Guadalhorce.
Son negocios que buscan la concentración, por lo que hay calles del recinto que ya no tienen rastro de presencia española, y otras en las que sólo una o dos empresas locales resisten la colonización asiática. «Son buenos inquilinos, pagan bien y no dan problemas. Lo único que nos preocupa es que en muchas naves hay gente viviendo y eso puede ser peligroso», añade Cuberos.
Público heterogéneo
En la Chinatown malagueña, los rótulos se escriben en chino y español, dando la bienvenida a todo tipo de público. Y es que las naves regentadas por orientales no sólo abastecen a los bazares de sus compatriotas. «Viene mucha gente de mercadillos», explica en su precario castellano Yong Ling-Lin, la encargada de un negocio especializado en ropa infantil que lleva seis años abierto en el Guadalhorce. «Les gustan nuestros productos porque son baratos y hay mucha variedad», añade mientras enseña el precio de un polo de manga larga: 3,5 euros que, una vez en el mercadillo, se multiplicarán por dos para que el vendedor ambulante se lleve su beneficio. Además, en estos almacenes mayoristas la rotación del género tiene ser muy alta, así que los productos que no se venden en un par de semanas se rebajan automáticamente.
Son precios imbatibles que explican por qué los vendedores ambulantes se han rendido a los encantos de las importaciones chinas. No obstante, Ling-Lin asegura que la crisis también les afecta: las ventas llevan bajando un 50% dos años seguidos y, además, los costes de producción también suben en su país. «Los trabajadores ahora cobran más y el petróleo sube», indica.
Los comercios asiáticos del polígono cada vez segmentan más su oferta: los hay de bisutería, de moda, de lencería, de ropa infantil, de ferretería, de sombreros... y hasta de trajes de gitana. La mayoría sigue ofreciendo el típico aspecto de almacén mayorista diáfano, pero hay cada vez más establecimientos que se europeizan e intentan adoptar cierta imagen de marca. De hecho, en Madrid y Barcelona ya están surgiendo cadenas de moda chinas con una identidad comercial única: 'Zaras' al estilo mandarín