Por Daniel Marín
Cada uno es esclavo de sus palabras. Yo llevo una pesada bola atada al pie tras mi primera valoración (muy positiva) sobre los nuevos propietarios. Me gustó todo de la presentación. Y así lo dije. Cambiarme de acera ahora, sólo unos días después, sería ponerme los cuernos, serme infiel, desleal. Incoherente. Es más, creo que tengo una responsabilidad social al decir y escribir lo que pienso. Por eso, prefiero seguir manteniendo la confianza en Al Thani, Ghubn, Yasmin y demás séquito. Y no es que quiera interpretar un personaje o posicionarme en este circo. No. Pienso lo que digo. Y digo lo que pienso. Trato de emanciparme de mis afinidades, que las tengo, y de mis gustos, que también. Sólo pretendo verter mi juicio de opinión desnudo en base a mi trabajo. Y eso hago. Y ahora, si me permiten, elimino el ‘yo’, demasiado extendido en esta profesión inundada de ego.
Nosotros tenemos prisa. Ellos no. No lo demuestran. Únicamente así puede entenderse que, a sólo un puñado de días del arranque de la pretemporada, el cuentakilómetros de movimientos esté a cero. Los aficionados quieren hablar de fútbol, llevarse nombres a la boca y proyectar sus ilusiones en unos referentes vestidos de corto. Pero si algo hemos aprendido en estas semanas de transición es que los árabes conciben el trabajo a su manera. Van despacio, sin estrés. No es que el dinero manipule su rutina, pero sí la condiciona. Su cultura es diferente a la nuestra. Su forma de entender los modelos societarios, occidentales u orientales, también. El club es ahora (a partir del 27-J) suyo. Y ellos harán y desharán a su antojo. No hay nada que objetar, sólo brindarle el prudente beneficio de la duda, respetarlos y esperar. No van a tirar los ‘leuros’. Eso seguro.
Ahora bien, los nuevos dueños son también esclavos de sus palabras. Cautivos de sus promesas. Sus más de 60 minutos de comparecencia están grabados y archivados. La imagen que demostraron de carisma, saber hacer y tolerancia no me la van a cambiar, pero me chocaría ver que con el paso de los días siguen arreciando las dudas en todas las esquinas del malaguismo. La paciencia no forma parte de la concepción occidental del fútbol, pero tendremos que aprender a entallarla en nuestra colección de virtudes. No nos queda otra. Y si con el transcurso de los acontecimientos no nos gusta lo que hacen (o sí), ya tendremos tiempo de expresarlo, cada uno desde su rincón. Yo, delante de un micrófono o un teclado, y usted, aficionado, desde su butaca de La Rosaleda. Con su pañuelo o con su corona de laurel. Porque el pito y la palma siempre seguirán formando parte de este bendito deporte que inventaron los ingleses y en el que (casi) siempre ganan los alemanes…
Cada uno es esclavo de sus palabras. Yo llevo una pesada bola atada al pie tras mi primera valoración (muy positiva) sobre los nuevos propietarios. Me gustó todo de la presentación. Y así lo dije. Cambiarme de acera ahora, sólo unos días después, sería ponerme los cuernos, serme infiel, desleal. Incoherente. Es más, creo que tengo una responsabilidad social al decir y escribir lo que pienso. Por eso, prefiero seguir manteniendo la confianza en Al Thani, Ghubn, Yasmin y demás séquito. Y no es que quiera interpretar un personaje o posicionarme en este circo. No. Pienso lo que digo. Y digo lo que pienso. Trato de emanciparme de mis afinidades, que las tengo, y de mis gustos, que también. Sólo pretendo verter mi juicio de opinión desnudo en base a mi trabajo. Y eso hago. Y ahora, si me permiten, elimino el ‘yo’, demasiado extendido en esta profesión inundada de ego.
Nosotros tenemos prisa. Ellos no. No lo demuestran. Únicamente así puede entenderse que, a sólo un puñado de días del arranque de la pretemporada, el cuentakilómetros de movimientos esté a cero. Los aficionados quieren hablar de fútbol, llevarse nombres a la boca y proyectar sus ilusiones en unos referentes vestidos de corto. Pero si algo hemos aprendido en estas semanas de transición es que los árabes conciben el trabajo a su manera. Van despacio, sin estrés. No es que el dinero manipule su rutina, pero sí la condiciona. Su cultura es diferente a la nuestra. Su forma de entender los modelos societarios, occidentales u orientales, también. El club es ahora (a partir del 27-J) suyo. Y ellos harán y desharán a su antojo. No hay nada que objetar, sólo brindarle el prudente beneficio de la duda, respetarlos y esperar. No van a tirar los ‘leuros’. Eso seguro.
Ahora bien, los nuevos dueños son también esclavos de sus palabras. Cautivos de sus promesas. Sus más de 60 minutos de comparecencia están grabados y archivados. La imagen que demostraron de carisma, saber hacer y tolerancia no me la van a cambiar, pero me chocaría ver que con el paso de los días siguen arreciando las dudas en todas las esquinas del malaguismo. La paciencia no forma parte de la concepción occidental del fútbol, pero tendremos que aprender a entallarla en nuestra colección de virtudes. No nos queda otra. Y si con el transcurso de los acontecimientos no nos gusta lo que hacen (o sí), ya tendremos tiempo de expresarlo, cada uno desde su rincón. Yo, delante de un micrófono o un teclado, y usted, aficionado, desde su butaca de La Rosaleda. Con su pañuelo o con su corona de laurel. Porque el pito y la palma siempre seguirán formando parte de este bendito deporte que inventaron los ingleses y en el que (casi) siempre ganan los alemanes…