Liga BBVA | Málaga 1 - Real Madrid 1
La urgencia del Málaga pudo con la utopía
El Real Madrid no pasó del empate ante un rival muy motivado.
La urgencia del Málaga pudo con la utopía
El Real Madrid no pasó del empate ante un rival muy motivado.
Juanma Trueba | 17/05/2010
Enhorabuena al Málaga por su permanencia y por su portero. Felicidades al Madrid por intentarlo hasta el último instante, por no bajar los brazos pese a saberlo todo perdido. Esa demostración final de coraje, cuando lo fácil hubiera sido dejarse llevar para evitar golpes y ganar amigos, también engrandece el empate de su rival, que ayer se salvó por méritos propios aunque luego también ayudaran otros.
Visto con alguna perspectiva, no es tan raro lo que sucedió ayer. Se impuso la urgencia del superviviente a la necesidad de un perseguidor que, seamos sinceros, había dejado de creer una jornada antes. Es cierto que durante la semana se repitieron las proclamas y las conjuras (qué decir), pero desde la victoria del Barça en Sevilla el Madrid ya no estaba movido por la convicción que mueve montañas, sino por el optimismo, entre forzado e inconsciente, de un jugador de lotería. Y no tocó.
Tampoco hubo rendijas por las que colarse. El Madrid no fue campeón virtual ni un solo minuto. Ni disfrutó de esa gloria momentánea ni presionó con ella al Barcelona. Recibió el gol como un mal augurio y para cuando logró empatar el Camp Nou ya disfrutaba del 2-0. Pronto les quedó claro a los jugadores que aquel no era su día; pertenecía a Munúa. El portero intermitente ayer estaba encendido en rojo y no parpadeaba. Y no caben los milagros contra un guardameta rodeado de ángeles.
Del fútbol de unos y otros tampoco se pueden extraer grandes conclusiones. El Málaga se movía estimulado por esa adrenalina que, en situaciones de pánico, nos hace doblar hierros y correr como avestruces; el Madrid, por su parte, repetía los pasos de otros partidos con la única diferencia de los goles que marca la confianza. No simplifico: hagan memoria y comprobarán que de las 31 victorias de la temporada se distinguen mejor las logradas con la fe que las conseguidas con el fútbol.
Extraña pareja.
El gol del Málaga fue el efecto de sus ganas de vivir. Antes, a los tres minutos, Caicedo y Duda se habían descubierto como una extraña y letal pareja. A los ocho marcaron. El portugués se internó, combinó con el ecuatoriano y, donde se esperaba un apoyo, apareció un taconazo. El resto lo hizo la telescópica zurda de Duda.
El Madrid reaccionó acumulando ocasiones: Higuaín por raso, Van der Vaart de chilena y de cabeza Cristiano, que pareció renqueante desde un empellón de Gámez a los diez minutos. Hasta que Van der Vaart, otra vez él, domó el balón más pulgoso y empató de tiro cruzado. Otra tarde, el huracán hubiera propiciado la remontada. Pero ayer no había viento.
El Málaga, entretanto, recibía los goles al Valladolid como el nacimiento de gemelos, trillizos y cuatrillizos. La condena del Madrid era su buen augurio. Ni siquiera se detuvo a reclamar un penalti de Ramos sobre Caicedo. Ni siquiera le dolió la roja a Duda, casi simultánea al gol salvador del Valencia. Su objetivo estaba cumplido; el del Madrid, por cumplir.
Visto con alguna perspectiva, no es tan raro lo que sucedió ayer. Se impuso la urgencia del superviviente a la necesidad de un perseguidor que, seamos sinceros, había dejado de creer una jornada antes. Es cierto que durante la semana se repitieron las proclamas y las conjuras (qué decir), pero desde la victoria del Barça en Sevilla el Madrid ya no estaba movido por la convicción que mueve montañas, sino por el optimismo, entre forzado e inconsciente, de un jugador de lotería. Y no tocó.
Tampoco hubo rendijas por las que colarse. El Madrid no fue campeón virtual ni un solo minuto. Ni disfrutó de esa gloria momentánea ni presionó con ella al Barcelona. Recibió el gol como un mal augurio y para cuando logró empatar el Camp Nou ya disfrutaba del 2-0. Pronto les quedó claro a los jugadores que aquel no era su día; pertenecía a Munúa. El portero intermitente ayer estaba encendido en rojo y no parpadeaba. Y no caben los milagros contra un guardameta rodeado de ángeles.
Del fútbol de unos y otros tampoco se pueden extraer grandes conclusiones. El Málaga se movía estimulado por esa adrenalina que, en situaciones de pánico, nos hace doblar hierros y correr como avestruces; el Madrid, por su parte, repetía los pasos de otros partidos con la única diferencia de los goles que marca la confianza. No simplifico: hagan memoria y comprobarán que de las 31 victorias de la temporada se distinguen mejor las logradas con la fe que las conseguidas con el fútbol.
Extraña pareja.
El gol del Málaga fue el efecto de sus ganas de vivir. Antes, a los tres minutos, Caicedo y Duda se habían descubierto como una extraña y letal pareja. A los ocho marcaron. El portugués se internó, combinó con el ecuatoriano y, donde se esperaba un apoyo, apareció un taconazo. El resto lo hizo la telescópica zurda de Duda.
El Madrid reaccionó acumulando ocasiones: Higuaín por raso, Van der Vaart de chilena y de cabeza Cristiano, que pareció renqueante desde un empellón de Gámez a los diez minutos. Hasta que Van der Vaart, otra vez él, domó el balón más pulgoso y empató de tiro cruzado. Otra tarde, el huracán hubiera propiciado la remontada. Pero ayer no había viento.
El Málaga, entretanto, recibía los goles al Valladolid como el nacimiento de gemelos, trillizos y cuatrillizos. La condena del Madrid era su buen augurio. Ni siquiera se detuvo a reclamar un penalti de Ramos sobre Caicedo. Ni siquiera le dolió la roja a Duda, casi simultánea al gol salvador del Valencia. Su objetivo estaba cumplido; el del Madrid, por cumplir.