en las fechas señaladas y en los plazos marcados a la oficina de empleo más cercana a nuestro domicilio requiere en estos días valor y tiempo. Una cosa es que dispongamos de todo el tiempo del mundo, pero otra que nos tomen el tiempo y el pelo descaradamente.
Para coger número debemos estar en la puerta de la oficina desde las 7 de la mañana (si tenemos la suerte de vivir en un municipio pequeño). Una vez allí formaremos parte de la primera cola que nos permitirá acceder al turno con el que seremos atendidos cuando abran la oficina, a las 9 de la mañana.
Cuando por fin vemos entrar a los funcionarios son las 9 menos un minuto. Esperanzados, creemos que van a abrir la puerta, pero no es así. Uno de los empleados se planta frente a la cristalera con la mirada perdida en el horizonte esperando que den las 9 en punto. Que casi siempre suelen ser las 9:05 en los relojes de todos los que esperamos al otro lado.
Con el número en la mano
Entramos, después de unos cuantos empujones llegamos a la máquina dispensadora de números. Yo tengo suerte, en mi pueblo la máquina es muy sencilla, sólo hay que tirar del papelito en el que aparece impreso dicho número. En otras oficinas es tan sofisticado sacar número para el departamento al que nos dirigimos que los ciudadanos deben ir varias veces antes de poder ser atendidos definitivamente en la ventanilla correspondiente.
Ya tenemos el número en una mano y la carpeta con la documentación en la otra. Posiblemente reunir toda la documentación nos haya costado dos o tres visitas anteriores a la oficina de empleo y a la empresa en la cual ya no trabajamos, pero esta es nuestra ocupación ahora.
Todos los empleados están en sus mesas. Empiezan a llamar, pasan los primeros números. La falsa idea de que esto va rápido por primera vez empieza a rondarnos por la cabeza. Pero la imaginación siempre juega malas pasadas.
La hora del desayuno
A las 9:30, algunos de los empleados hacen a otros un gesto cómplice y en un abrir y cerrar de ojos un par de ellos han desaparecido. Es entonces cuando empiezan nuestras súplicas: ¡Dios mío, ahora se van a desayunar, con la oficina llena de gente, hoy nos dan las tres de la tarde aquí!
Nos equivocamos nuevamente. Ellos sólo trabajan hasta las dos de la tarde, así que posiblemente alguien tenga que volver mañana. Ya nos advirtieron, pero como la literatura no es nuestro fuerte y la lectura de la realidad no nos agrada, esta vez Mariano José de Larra (’Vuelva usted mañana’) nos ha marcado un buen gol.
La atención se ralentiza. Los números se detienen. Siempre es esperanzador ver cómo uno de los empleados no levanta cabeza y es por su mesa por la única que parece trascurrir los números. Un nuevo deseo recorre nuestro pensamiento, pero no se cumple. Alguien más desaparece. Una mesa menos.
Ya hemos descubierto que no todos los empleados son funcionarios, que otros no han sido seleccionados mediante la famosa bolsa de trabajo, y desde luego, no nos gustaría tener la certeza de que el enchufe es lo que más ha puntuado a la mayoría de los casos. Pero salta a la vista cuando podemos reconocer facciones comunes entre ellos y una relación que va más allá de lo laboral. Sin embargo, el tiempo y las veces que debemos visitar las oficinas nos van dando fe de todo aquello que no queremos ver para no perder la esperanza.
Los primeros y los segundos vuelven juntos de desayunar o vaya usted a saber de dónde vienen, porque la media hora de los segundos se ha convertido en una hora para los primeros.
Se acomodan sin prisas, por todos es sabido que no cobran por productividad ya que ésta, según los sindicatos no se puede medir (en el sector público, porque en el privado ya sabemos que todo es susceptible de ser controlado y controlable).
El cigarrito
Reposado el desayuno reanudan su jornada laboral. Son las 10:30 horas. Ocurre lo que temíamos. La tercera tanda desaparece, por la hora todavía puede considerarse desayuno, así que suponemos van a desayunar.
Alguien más se levanta y sale a la puerta del lugar más concurrido del pueblo. Va a darse una vuelta con un cigarro en una mano y el mechero en la otra. Parece sorprendido de la gente que hay en la calle. Señal inequívoca de que tampoco se informa mediante las noticias de lo que está pasando fuera de su economía personal. “Habrá que informarse un poco para saber cuánto va a durar esta temporada de trabajo que tenemos” piensa entre calada y calada.
El cigarro más largo del mundo. Media hora de humo tóxico penetrando en sus pulmones usada como excusa para no trabajar. Viendo esto, ¡cómo no pensar que el trabajo es perjudicial para la salud!
Apaga la colilla. Sin motivos para estar en la calle se dirige por fin a la puerta de la oficina. Entre tanta gente es normal que se encuentre con algún “amiguete” o un par de familiares, a quienes con un gesto nada disimulado hace pasar y sentarse para ser atendidos de ipso facto. A ver quién es el valiente que se pone a protestar teniendo que ser atendido después. Pues eso, nadie decimos nada. Miramos el reloj y resoplamos. La resignación empieza a apoderarse de los que estamos allí. Sabemos que no tenemos nada mejor que hacer o sí (tomar el sol en un banco), pero ver cómo se ríen de uno y de todos a la cara es duro.
Nuestro gozo en un pozo
La 11:30. Vuelven de desayunar a quienes ya dábamos por muertos o desaparecidos en alguna catástrofe, simplemente habíamos perdido la esperanza de volverlos a ver. No podemos quejarnos, el absentismo laborar no llega al cien por cien. Parece que se va acercando nuestro número. Deseamos que todos trabajen y calculamos que aproximadamente en una hora podremos irnos.
Nuestro gozo en un pozo. El que salió a fumar no había ido a desayunar. Son las 12 horas, mediodía. La mejor hora para el desayuno. ¡Qué ocurre, que pasa! Otro se levanta y le acompaña. ¿Es que no sabe ir solo?
¡Dios mío, otra vez no¡ Miramos el reloj asustados porque no nos va a dar tiempo a ir a buscar a los niños al colegio. Como no podemos tener gastos extras les hemos quitado del comedor y del transporte escolar, los cuales a pesar de la crisis siguen subiendo. ¡Estamos perdidos! No vamos a llegar. Sin trabajo no llenamos el depósito del coche que lleva parado tres meses en el garaje de la casa en la que vivimos y que nos sabemos cuánto tiempo más podremos pagar. Debemos llegar andando al colegio que está en la otra punta y si esto no va más rápido tendremos que volver mañana.
Dios, que está en todas partes y muy ocupado por cierto, intentando que algo funcione bien, se apiada de nosotros y hace aparecer a los que se habían ido a desayunar a las 12. Son las 12:30 horas (una menos en Canarias, por si esto anima a alguien).
Ya sí nos va a tocar. Pero nadie se mueve de las mesas. Cinco más y nos vamos. Miramos el reloj cada cinco minutos como si sólo nos importara comprobar su exactitud, el reloj funciona a la perfección y nosotros hemos desarrollado capacidad suficiente como para controlar el tiempo exactamente cada cinco minutos sin ayuda de nadie.
Seis horas en la misma postura
Son las 13:15 horas, hemos mirado el reloj nueve veces en los últimos cuarenta y cinco minutos y seguimos en el mismo sitio. No hemos tenido la suerte de encontrar libre una de las cinco sillas que hay en la oficina y llevamos de la misma postura apoyados sobre la pared desde las 7:15 de la mañana. No creo que esto cuente como prácticas y puntúe si solicitamos entrar en la Guardia Real Británica. Allí hacen relevos cada pocas horas.
Hemos podido enterarnos y ponernos al día en la vida de amigos, familiares, desconocidos y demás que se encuentran en la misma situación que nosotros.
¡Que cómo nos encontramos¡ DESEMPLEADOS, CANSADOS Y HARTOS de la situación, pero aquí seguimos sin decir ni hacer nada, sin saber porqué y sin esperanzas.
Por fin me toca. Esta vez llevo todos los papeles, el carnet de identidad, la vida laboral (que todavía no entiendo cómo no pueden obtenerla ellos automáticamente siendo la oficina de empleo), el libro de familia y la tarjeta de desempleo. Seguro que están pensando que me dejo algo, pero esta vez NO.
Lo único que he dejado en el camino después de tantas horas de intensa espera y meditación ha sido la esperanza de poder encontrar algún trabajo a través de la oficina del Servicio Andaluz de Empleo.
Se me olvidaba contarles que no llegué a tiempo al colegio y que una amiga que pertenece como yo, a este grupo en constante crecimiento, recogió al niño.
PD. El miercoles fue un caos en la oficina de la paz.
http://participacion.laopiniondemalaga.es/mi-opinion/6-horas-en-la-oficina-de-empleo.html