A Marcello Lippi, el técnico que logró para Italia el cuarto título mundial, le gusta ver fútbol en casa y sin compañía. Se sienta ante el televisor, enciende un purito y observa. «Veo los grandes partidos, las finales, los derbis, por supuesto», dijo una vez, «pero también partidos de nivel modesto, porque en ellos aparece de vez en cuando una jugada extraordinaria o un recurso táctico insospechado». Lippi tiene razón. Pescar a ciegas, ponerte de vez en cuando uno de esos partidos que normalmente dejarías correr porque no te importan y no cabe esperar gran cosa de ellos, puede reportar sorpresas muy agradables. Si se hubiera entretenido este fin de semana con la Liga española, Lippi habría visto maravillas. No protagonizadas por los grandes, sino por equipos y jugadores que raramente atraen la atención más allá de sus propias aficiones.
Lo de Alberto Bueno fue muy notable. Es raro que un futbolista marque cuatro goles en un partido, y más si forma parte de un equipo mediano, de los que no pueden apabullar a sus rivales con goleadas de escándalo y superioridades presupuestarias aún más escandalosas. Bueno se formó en el Real Madrid y a los 20 años su futuro aparecía muy prometedor, pero un relativo fracaso en el Valladolid y una discretísima experiencia inglesa redujeron cualquier expectativa. Se quedó en la clase media, esa clase que (en todos los ámbitos) está cada vez más lejos de los de arriba y más cerca de los de abajo. Bueno va tirando en el Rayo, un equipo que juega bastante bien y puntúa bastante mal. Pero su póker frente al Levante le coloca para siempre en una lista de escogidos y, además, le aúpa a la cabeza de los goleadores españoles.
Hubo algo, este fin de semana, aún más notable. El Málaga y el Getafe ofrecieron un espectáculo sensacional. Si el Real Madrid o el FC Barcelona hubieran protagonizado ese partido o incluso menos, esos minutos vertiginosos de la segunda parte que siguieron al gol de Darder, la prensa deportiva estaría ya distribuyendo dvds, enciclopedias y bufandas conmemorativas. Qué contragolpes, qué fluidez, qué ganas de jugar y competir por ambos lados. El Getafe, que salía de una semana amarga culminada con la espantá de Quique Sánchez Flores, se vio apabullado por momentos pero no perdió el ánimo. El Málaga, que venía de ganar en el Camp Nou, demostró tener aún más talento del que generalmente se le atribuye. Qué golazos. El de Darder fue contundente. Los tiros lejanos que entran por la escuadra son el equivalente futbolístico del riff guitarrero: calientan al público como ninguna otra cosa. Ya puede hacer posturitas Mick Jagger; cuando Keith Richards arranca el riff el universo se estremece.
Yo elegiría, sin embargo, el gol que fabricaron Castillejo y Horta. Habrá quien diga que a Castillejo le salieron los regates a tropezones y que Horta remató como pudo, cayéndose, sin mirar y confiando en la suerte. Cambien a Castillejo por Cristiano o Neymar, y a Horta por Benzema o Suárez, y tendríamos un relato completamente distinto: magia, acrobacia, equilibrio, pies de oro, sensación mundial y esas cosas. Lo que hicieron esos dos tipos fue, para mí, de verdad prodigioso, aunque se llamen Castillejo y Horta y nadie piense ficharlos, que se sepa, por un montón de millones. El Getafe estuvo a la altura y con el 3-2 buscó el empate. Los Mundiales han tenido pocas finales con tanto fútbol como el que propusieron Málaga y Getafe. La comparación no es legítima, de acuerdo. Aún así, conviene tenerlo en cuenta.
http://www.elmundo.es/deportes/2015/03/02/54f37b3922601da0268b456b.html
hacia tiempo que no leia un articulo interesante en el mundo del futbol........