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El Alavés volvió a remontar para adjudicarse una victoria que destroza las últimas esperanzas de ascenso de la Real, que mejoró algo su juego pero cayó a balón parado
Como si no hubieran pasado los meses. Como si aún estuviésemos en junio. Como si fuera ayer. La Real está atrapada en el tiempo. Se ha quedado anclada en Vitoria y está condenada a jugar el derbi una y otra vez. Y por muchas visitas que haga a Mendizorroza, siempre parece la misma.
El partido no tenía nada que ver con aquel en el que el sueño veraniego del ascenso se volatilizó en dos minutos. Las plantillas han cambiado casi de arriba abajo y por el banquillo local han circulado varios entrenadores. Eso sí, las aspiraciones y necesidades de ambos equipos eran idénticas y el desenlace, también.
El Alavés volvió a remontar un marcador adverso para sacar la cabeza del pozo y destrozar definitivamente las ilusiones de la Real. El encuentro era una final para los txuri urdin y, de nuevo, pesó la responsabilidad.
Juanma Lillo apostó por un sistema híbrido de tres defensas en el que Gerardo tenía la doble misión de apoyar al centro del campo en ataque y a la zaga en tareas defensivas. En la medular, Rivas, Aranburu, Marcos, Xabi Prieto y un reaparecido Sergio Rodríguez trataron de mantener la posesión y generar el fútbol que ha faltado en las dos últimas jornadas. Arriba, Abreu esperaba su oportunidad para enviar el balón a la red, que es lo suyo.
El uruguayo cumplió y puso a la Real por delante en el electrónica. Una brillante acción de Marcos, habilidoso como él solo para irse de dos contrarios, sirvió al delantero para marcar su tercer gol en seis encuentros, con lo que mantiene la media que acredita en su carrera.
La alegría duró veinticinco minutos. Javi Guerra, de cabeza en plancha, igualó la contienda en el 66, devolviendo a la Real a un pasado reciente que preferiría olvidar. Y en el 86, Almirón dio la puntilla en otro saque de esquina. 2-1, abrazos y carreras sobre el césped, locura en la grada y miradas al cielo de los realistas, quienes no querían creer lo que acababa de suceder. Igualito que hace ocho meses.
Mejor, pero insuficiente
Es cierto que la Real mejoró su juego. Por momentos controló el partido y ofreció detalles para la esperanza, pero todo fue insuficiente. El equipo arrastra demasiado lastre en sus piernas y algunos jugadores sienten la presión como un incómodo compañero de viaje. Son partidos como el de ayer en los que los futbolistas de mayor veteranía deben aparecer para pedir el cuero, pausar el juego y transmitir seguridad a sus compañeros. Nadie lo hizo. Se echa de menos un líder, una autoridad en el vestuario y en el verde, un hombre en el que confluyan todas las miradas.
El plan para Mendizorroza se basaba en la movilidad. Sergio, Xabi Prieto y Marcos corretearon por el campo con libertad de acción. El objetivo era dificultar el trabajo a la defensa del Alavés, algo que no sucedió porque los de Javi López supieron aguantar la posición sin volverse locos detrás del balón.
Hubo un segundo, un instante fugaz, justo antes del 1-1, en el que la Real mereció más. Lillo retiró a Aranburu y dio entrada a Estrada. Este cambio sirvió para que Xabi Prieto se reubicara en el centro, prácticamente como segundo punta. Es en esa zona donde mayor daño ha infligido esta temporada a los rivales. En Albacete y Valencia todavía le buscan.
Fue en vano. El Alavés, un equipo que acredita un fútbol tan pobre como el de la Real, mantuvo el tipo y fió su suerte a la estrategia. Dos saques de esquina y dos goles. En Segunda División no se necesita más.
Ahora, las matemáticas empiezan a fallar. Quedan dieciséis partidos para que la Liga cierre sus puertas y la Real precisa de once victorias si quiere regresar a Primera División. El problema es que el discurso de «dos triunfos consecutivos y la cosa se verá de otro color» ya no cuela porque faltan dedos en las manos y, principalmente, porque el juego del equipo no invita a creer en las posibilidades de ascenso.
Lillo no ha encontrado aún el camino correcto que conduzca a los tres puntos y eso, a estas alturas de campaña, es preocupante. El guión original, el que se desarrolló desde la pretemporada, tuvo que ser dejado a un lado porque esta plantilla no cuenta con las piezas apropiadas para ahogar a los rivales a base de toque. Y cuando parecía que con un planteamiento menos ambicioso, más adecuado a la categoría de plata, la Real obtenía resultados gracias a su fiabilidad en retaguardia, seis goles -dos del Murcia, dos del Hércules y otros dos del Alavés-, han estropeado las estadísticas en este apartado.
A día de hoy, el pulso del equipo es inaudible. Dicen que cuando la gente destierre el ascenso podrán desplegar su mejor fútbol, pero ya puede ser tarde. A la Real se le ha parado el reloj y sigue atrapada en una pesadilla.
http://real-sociedad.diariovasco.com/noticias/2009-03-01/atrapados-tiempo-20090301.html
Como si no hubieran pasado los meses. Como si aún estuviésemos en junio. Como si fuera ayer. La Real está atrapada en el tiempo. Se ha quedado anclada en Vitoria y está condenada a jugar el derbi una y otra vez. Y por muchas visitas que haga a Mendizorroza, siempre parece la misma.
El partido no tenía nada que ver con aquel en el que el sueño veraniego del ascenso se volatilizó en dos minutos. Las plantillas han cambiado casi de arriba abajo y por el banquillo local han circulado varios entrenadores. Eso sí, las aspiraciones y necesidades de ambos equipos eran idénticas y el desenlace, también.
El Alavés volvió a remontar un marcador adverso para sacar la cabeza del pozo y destrozar definitivamente las ilusiones de la Real. El encuentro era una final para los txuri urdin y, de nuevo, pesó la responsabilidad.
Juanma Lillo apostó por un sistema híbrido de tres defensas en el que Gerardo tenía la doble misión de apoyar al centro del campo en ataque y a la zaga en tareas defensivas. En la medular, Rivas, Aranburu, Marcos, Xabi Prieto y un reaparecido Sergio Rodríguez trataron de mantener la posesión y generar el fútbol que ha faltado en las dos últimas jornadas. Arriba, Abreu esperaba su oportunidad para enviar el balón a la red, que es lo suyo.
El uruguayo cumplió y puso a la Real por delante en el electrónica. Una brillante acción de Marcos, habilidoso como él solo para irse de dos contrarios, sirvió al delantero para marcar su tercer gol en seis encuentros, con lo que mantiene la media que acredita en su carrera.
La alegría duró veinticinco minutos. Javi Guerra, de cabeza en plancha, igualó la contienda en el 66, devolviendo a la Real a un pasado reciente que preferiría olvidar. Y en el 86, Almirón dio la puntilla en otro saque de esquina. 2-1, abrazos y carreras sobre el césped, locura en la grada y miradas al cielo de los realistas, quienes no querían creer lo que acababa de suceder. Igualito que hace ocho meses.
Mejor, pero insuficiente
Es cierto que la Real mejoró su juego. Por momentos controló el partido y ofreció detalles para la esperanza, pero todo fue insuficiente. El equipo arrastra demasiado lastre en sus piernas y algunos jugadores sienten la presión como un incómodo compañero de viaje. Son partidos como el de ayer en los que los futbolistas de mayor veteranía deben aparecer para pedir el cuero, pausar el juego y transmitir seguridad a sus compañeros. Nadie lo hizo. Se echa de menos un líder, una autoridad en el vestuario y en el verde, un hombre en el que confluyan todas las miradas.
El plan para Mendizorroza se basaba en la movilidad. Sergio, Xabi Prieto y Marcos corretearon por el campo con libertad de acción. El objetivo era dificultar el trabajo a la defensa del Alavés, algo que no sucedió porque los de Javi López supieron aguantar la posición sin volverse locos detrás del balón.
Hubo un segundo, un instante fugaz, justo antes del 1-1, en el que la Real mereció más. Lillo retiró a Aranburu y dio entrada a Estrada. Este cambio sirvió para que Xabi Prieto se reubicara en el centro, prácticamente como segundo punta. Es en esa zona donde mayor daño ha infligido esta temporada a los rivales. En Albacete y Valencia todavía le buscan.
Fue en vano. El Alavés, un equipo que acredita un fútbol tan pobre como el de la Real, mantuvo el tipo y fió su suerte a la estrategia. Dos saques de esquina y dos goles. En Segunda División no se necesita más.
Ahora, las matemáticas empiezan a fallar. Quedan dieciséis partidos para que la Liga cierre sus puertas y la Real precisa de once victorias si quiere regresar a Primera División. El problema es que el discurso de «dos triunfos consecutivos y la cosa se verá de otro color» ya no cuela porque faltan dedos en las manos y, principalmente, porque el juego del equipo no invita a creer en las posibilidades de ascenso.
Lillo no ha encontrado aún el camino correcto que conduzca a los tres puntos y eso, a estas alturas de campaña, es preocupante. El guión original, el que se desarrolló desde la pretemporada, tuvo que ser dejado a un lado porque esta plantilla no cuenta con las piezas apropiadas para ahogar a los rivales a base de toque. Y cuando parecía que con un planteamiento menos ambicioso, más adecuado a la categoría de plata, la Real obtenía resultados gracias a su fiabilidad en retaguardia, seis goles -dos del Murcia, dos del Hércules y otros dos del Alavés-, han estropeado las estadísticas en este apartado.
A día de hoy, el pulso del equipo es inaudible. Dicen que cuando la gente destierre el ascenso podrán desplegar su mejor fútbol, pero ya puede ser tarde. A la Real se le ha parado el reloj y sigue atrapada en una pesadilla.
http://real-sociedad.diariovasco.com/noticias/2009-03-01/atrapados-tiempo-20090301.html
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