Víctima y superviviente del mismo estigma
Las figuras de Ferreira y Pellegrini representan, con diferente éxito por lo logrado, el gurú del banquillo que buscaron los actuales dirigentes para formar el megaequipo soñado.
J. L. M. / Málaga | Actualizado 23.05.2011 - 08:59
La primera decisión del jeque y su brazo ejecutor como empresarios futbolísticos no fue escoger un entrenador, sino un gurú que cimentara una filosofía antes que una táctica. Un hombre con más pasado que futuro para que su historial avalara el megaequipo a tres años vista. Reunidos en la lujosa habitación de un hotel de Dubai, huyeron de voces consejeras y se confiaron a internet y sus no muy vastos conocimientos. Entre los nombres surgidos, eligieron el de Jesualdo Ferreira. Un técnico capaz de hacer olvidar la sombra de Mourinho en el Oporto y hasta mejorar sus registros locales. El forjador de un estilo propio de juego que derivó en éxitos y una cultura ganadora. Justo lo que estaban buscando. Pero a las nueve jornadas de Liga al de Mirandela se le cayó encima ese listón. El mismo que estuvo a punto de aplastar a su sucesor, Manuel Pellegrini. El chileno supo reconducir la nave desde la constancia y ahora es quien porta la misión futurista de traer la emocionante sintonía de la Liga de Campeones a Málaga.
Con la ciudad esperando un desembarco de nombres ilusionantes, Jesualdo Ferreira no caló entre la afición, aunque su currículo le procuró respeto y confianza. Su habitual esquema táctico, un 1-4-3-3, le valió buena prensa. Sin embargo, nunca fue capaz de trasladar su ideario a sus futbolistas. El resultado fue un equipo tan preocupado en creerse ofensivo que desatendió por completo el juego defensivo. 1-3, 3-5, 2-3, 1-4... Sus primeros resultados lo dejaron claro. Los jugadores, que en un principio lo acogieron de muy buen grado por sus protecciones (aislamiento de la prensa, interlocución directa con los dirigentes, entrenamientos a puerta cerrada), perdieron pronto la fe en él y no dejaron la última gota de sudor por su valedor. Los malos resultados, por su forma y por su fondo, obligaron a Abdullah Ghubn a destituirle tras caer 1-2 ante la Real Sociedad en la quinta derrota seguida en casa (jornada 9). La decadencia deportiva, construida desde varios partidos horrorosos, pudo con la idea de futuro porque fue erosionando la imagen del jeque y su desembarco en el fútbol.
Sus actitudes herméticas fueron dándole la actitud de ogro ante la opinión pública. Blindado por sus ideas y una política comunicativa del club opaca, en las distancias cortas demostró una gran sapiencia futbolística y muchos mimbres para construir un proyecto bonito. "Este equipo se ha acostumbrado a perder y es muy difícil luchar contra ese estigma", fue su gran defensa ante el aluvión de críticas. Seguramente estuvo más pendiente de sembrar esa mentalidad que de los quehaceres diarios de la competición y de ahí el fracaso de su metodología. Fracasó en su rol de gestor omnipotente por culpa también de la mayoría de sus fichajes: Galatto, Sandro Silva, Malagueño o Quincy cuajaron una penosa relación calidad/precio. Las incorporaciones de Rondón y Sebastián Fernández, su guiño a la cantera mientras condujo el equipo (dio toda su confianza a Juanmi, al que convirtió en el bigoleador más precoz de la historia de la Liga) y el disfrute en partidos como el de Getafe (0-2) o las buenas primeras partes de Zaragoza (3-5) y Villarreal (2-3) son su legado más feliz.
Pese a su destitución, los dirigentes mantuvieron la convicción de que el técnico debía vertebrar el proyecto de futuro. Así que mejoraron la apuesta inicial con un perfil muy similar pero con una mejora clave: que conociera la Liga española. Quedaban ilustres técnicos en el paro, como Juande Ramos. Se le tanteó, aunque el elegido resultó Pellegrini. Su pasado reciente en el Real Madrid, donde cuajó la mayor puntuación de su historia, su apuesta por el buen fútbol y su trayectoria impresionante en el Villarreal le hicieron llegar como una figura de culto. Aclamado en el aeropuerto, se aventuró a su opera prima en lo que a luchar por la pemanencia se refiere.
Tomó contacto con el equipo en la grada de Cornellá-El Prat, donde el técnico del filial Rafa Gil dirigió el partido 1.000 en Primera y el gol de Javi Márquez consumó la caída hasta el último puesto. Pero la primera semana del chileno fue triunfal: clasificación extemporánea en Copa ante el Hércules con delirio en la grada (3-2) y victoria clave contra un rival directo, el Levante, en su estreno liguero. Cinco días para la ilusión.
Dos salidas consecutivas después, 3-0 en Riazor y 2-0 en Son Moix, dieron al Ingeniero de bruces con la realidad: falta de gol, de banquillo y muchos problemas para ajustar a sus jugadores defensivamente. Mezclando decepciones (4-1 en Alicante y 0-3 ante el Atlético de Madrid) y desahogos (4-1 al Racing y 1-2 en Gijón), la llegada de los fichajes de invierno, en los que tomó partido, sembró más optimismo en Pellegrini, que llegó a afirmar públicamente que tenía que usar los partidos de Liga como plataforma de pruebas debido a la cojera de su plantel. Sin embargo, no fue lo esperado. Maresca, en un alarmante estado físico, empezó a completar decepcionantes actuaciones; Asenjo sólo cinco partidos, en los que tampoco dio mucha sobriedad y Baptista dio la de cal y la de arena hasta romperse el menisco. Sólo Demichelis dio un salto de calidad decisivo en la defensa.
El inolvidable partido de Valencia (4-3), con el señaladísimo arbitraje de Rubinos Pérez, dio un empujón a la fe en Pellegrini por el juego exhibido con once, con diez y hasta con nueve. No obstante, acabó resultando un mazazo psicológico para un grupo incapaz de deshacerse del farolillo rojo. El Ingeniero tocó fondo en la derrota ante sus ex. Si ya doloroso resultó el 7-0, más lo fue su posterior conferencia de prensa, en la que afirmó sin tapujos que su equipo "no acudió para competir" al Bernabéu. La jugada le salió rana al chileno cuatro días después, cuando Osasuna venció en la prolongación (0-1) un partido absolutamente vital para escapar de la quema. La benevolente afición blanquiazul perdió los nervios y muchos dedos acusadores señalaron a Pellegrini.
La historia ya conocida desde Anoeta en adelante permitió ir descubriendo el Manuel Pellegrini que todos alabaron a su llegada al aeropuerto: un equipo con buen trato de balón, marcando su mayoría de goles en acciones combinativas y al menos siempre con cuatro atacantes en el once. Fue el doble triunfo del entrenador: firmó la permanencia y ahora permite creer en un futuro de buen fútbol y aspiraciones europeas.