Al-Thani, un malaguista ´exiliado´ en Catar
La aportación económica del propietario del Málaga, desde la distancia, clave para que el Málaga haya reorientado su rumbo en una Liga que amenazaba ruina hace un par de meses
EMILIO FERNÁNDEZ No se sabe nada de él desde hace más de seis meses. Cogió su avión privado a finales de octubre camino de Doha y desde entonces... si te he visto no me acuerdo. Ni fotos ni declaraciones ni visitas a sus posesiones en Martiricos. Es más, José Carlos Pérez viajó a Catar hace varias semanas, cuando peor estaban las cosas por aquí, con el equipo colista de la Liga y con el futuro teñido de negro tizón, y ni siquiera lo vio (o eso al menos es lo que dijo a su regreso el consejero consultivo).
La verdad es que el jeque Al-Thani pasará a la historia por ser el presidente de un club de Primera División que menos veces estuvo en el palco siguiendo a su equipo a lo largo de toda una temporada. Pero también por ser el que más ilusión generó en una ciudad y en una afición desde su exilio voluntario en la capital de Catar.
Y es que no ha hecho falta su presencia en la Costa del Sol para liderar un proyecto en el que sus dólares han sido claves para encauzar una salvación que durante buena parte de la temporada pareció una quimera y que sólo las matemáticas impiden celebrar a día de hoy.
Cuentan los que le conocen bien que Al-Thani está como «loco» con su Málaga. Que ve por televisión los partidos en su casa catarí con la misma pasión que la «curva Malaka» o la que pone la muchacha que canta en inglés cada gol del equipo en La Rosaleda. Que está al día de todo lo que pasa dentro y fuera del césped.
Al- Thani es, sin duda, el líder silencioso en la distancia que ha sido clave para cumplir el objetivo mínimo de la permanencia.
Muy mal aconsejado por no se sabe muy bien quién, entregó el pasado verano –nada más comprar el club a Fernando Sanz–, su primer proyecto en Málaga a Jesualdo Ferreira y sus representantes amigos. El fichaje del técnico portugués fue un fiasco en toda regla, pero el jeque reaccionó a tiempo y tiró de chequera para traer a Málaga a Manuel Pellegrini, al que Pep Guardiola ayer mismo definió como «uno de los mejores entrenadores del mundo».
Sobre todo estuvo hábil en el mercado de invierno para –siempre desde la distancia– poner en la cuenta corriente del AC Roma italiano el dinero que hacía falta para sacar a Julio Baptista del Calcio, traerlo de vuelta al fútbol español y convertirlo ahora en el icono del malaguismo.
Hombre de pocas palabras –o ninguna–, con mirada distraída y aparentemente ajeno a lo que le rodea, el jeque dispone desde Catar y su hombre de confianza (Abdullah Ghubn, conocido cariñosamente en Málaga como «Abdulito») dispone.
Viendo el resto de proyectos que ya dirigen o pretenden dirigir otros presuntos multimillonarios en el fútbol español y europeo, hay que convenir que en Málaga estamos de enhorabuena. El jeque Al-Thani ha llegado a Martiricos como agua de mayo, con el maná de sus dólares a disposición de un club al que pretende hacer muy, muy grande. Tiene las ideas muy claras y un proyecto de futuro para la cantera y el primer equipo que parece real y no el delirio de grandeza de un Piterman de turno.
Queda un partido en casa. Contra el campeón de Liga y quizás de Europa. Sería una ocasión de lujo para que Al-Thani volviera a «su» casa. Desde luego se daría un baño de multitudes ante una afición que ya idolatra a su mecenas en el exilio.
La verdad es que el jeque Al-Thani pasará a la historia por ser el presidente de un club de Primera División que menos veces estuvo en el palco siguiendo a su equipo a lo largo de toda una temporada. Pero también por ser el que más ilusión generó en una ciudad y en una afición desde su exilio voluntario en la capital de Catar.
Y es que no ha hecho falta su presencia en la Costa del Sol para liderar un proyecto en el que sus dólares han sido claves para encauzar una salvación que durante buena parte de la temporada pareció una quimera y que sólo las matemáticas impiden celebrar a día de hoy.
Cuentan los que le conocen bien que Al-Thani está como «loco» con su Málaga. Que ve por televisión los partidos en su casa catarí con la misma pasión que la «curva Malaka» o la que pone la muchacha que canta en inglés cada gol del equipo en La Rosaleda. Que está al día de todo lo que pasa dentro y fuera del césped.
Al- Thani es, sin duda, el líder silencioso en la distancia que ha sido clave para cumplir el objetivo mínimo de la permanencia.
Muy mal aconsejado por no se sabe muy bien quién, entregó el pasado verano –nada más comprar el club a Fernando Sanz–, su primer proyecto en Málaga a Jesualdo Ferreira y sus representantes amigos. El fichaje del técnico portugués fue un fiasco en toda regla, pero el jeque reaccionó a tiempo y tiró de chequera para traer a Málaga a Manuel Pellegrini, al que Pep Guardiola ayer mismo definió como «uno de los mejores entrenadores del mundo».
Sobre todo estuvo hábil en el mercado de invierno para –siempre desde la distancia– poner en la cuenta corriente del AC Roma italiano el dinero que hacía falta para sacar a Julio Baptista del Calcio, traerlo de vuelta al fútbol español y convertirlo ahora en el icono del malaguismo.
Hombre de pocas palabras –o ninguna–, con mirada distraída y aparentemente ajeno a lo que le rodea, el jeque dispone desde Catar y su hombre de confianza (Abdullah Ghubn, conocido cariñosamente en Málaga como «Abdulito») dispone.
Viendo el resto de proyectos que ya dirigen o pretenden dirigir otros presuntos multimillonarios en el fútbol español y europeo, hay que convenir que en Málaga estamos de enhorabuena. El jeque Al-Thani ha llegado a Martiricos como agua de mayo, con el maná de sus dólares a disposición de un club al que pretende hacer muy, muy grande. Tiene las ideas muy claras y un proyecto de futuro para la cantera y el primer equipo que parece real y no el delirio de grandeza de un Piterman de turno.
Queda un partido en casa. Contra el campeón de Liga y quizás de Europa. Sería una ocasión de lujo para que Al-Thani volviera a «su» casa. Desde luego se daría un baño de multitudes ante una afición que ya idolatra a su mecenas en el exilio.