Champions League | Real Madrid 3 - Lyon 0
Mañana será el sorteo de cuartos de final, y ahí estará el Madrid. Por fin, después de seis ediciones sin alcanzar ese nivel. Estarán otros, entre ellos el Barcelona, pero lo de hoy es repetir que el Madrid vuelve a aproximarse a su sitio. El Madrid siempre vuelve, ya lo saben. El maleficio de los octavos, el maleficio del Olympique de Lyon, quedan atrás después de una noche que empezó con ataque desaforado y sin premio, pasó por una fase de desconcertante buen juego francés, se aclaró en un golazo de Marcelo y desembocó en una segunda parte que fue un festival ante un Bernabéu feliz.
Imponente Marcelo, antes y después del gol. Imponente Benzema, que definitivamente es otro, con todas las luces encendidas. Acude, presiona, quita, combina, remata, sonríe, se enfada... Está vivo. Desempolvar un delantero así es algo que Florentino le tendrá que agradecer siempre a Mourinho, que ha hecho el milagro. Ahora sólo falta que Cristiano se cure de verdad para que el Madrid tenga un poder de ataque aún más tremendo, ya que Özil y Di María siguen encontrando rendijas por las que colar balones o por las que colarse ellos mismos. Y atrás, el equipoapenas concede una ocasión.
Aunque sí hay una observación negativa que hacer: Pepe. Fue la mala nota de la noche. Vio una tarjeta muy pronto, en falta necesaria e inevitable. Nada que oponer. Pero después de eso opositó a una naranja y dos rojas, por esos descontroles sin sentido a los que se entrega, vengando no se sabe qué ofensas, o tratando de intimidar. Acabó de milagro. No siempre va a tener tanta suerte y los cinco partidos que faltan para la Décima serán de aúpa. Y un detalle hermoso: el gesto hacia Abidal, que la UEFA obstaculizó por preservar sus liturgias, pero que no pudo impedir. El fútbol crea rivales, pero no enemigos.
Cuando el mundo encaja hace clic. Y anoche encajó: clic, clic. Seis años con el universo mal colocado. El consiguiente dolor de espalda y la inevitable jaqueca; también la confusión. Se acabó. Donde había lumbago han brotado alas. El Madrid, en cuartos de final, donde corresponde. Entre la nobleza y algún pobre al que se invita a cenar. A cinco partidos de tocar la plata. Que sepan todos que el viejo campeón ha vuelto a la ciudad.
Lo que se vivió anoche fue la felicidad mezclada con el alivio, la superación de un complejo, el entierro de un fantasma. Llegamos a pensar que había una maldición de por medio, la condena por algún pecado incierto, hay varios donde elegir. Pero no hay nada de eso. Hay Real Madrid, simplemente, y lo que hasta ayer fue un trauma se ha convertido ahora en un impulso de siete años. Para conectarnos con la actualidad: tensión liberada de placas tectónicas. Y no digo más.
El triunfo fue natural, pero no sencillo. Durante los 36 minutos que precedieron al primer gol hicimos colección de moscas detrás la oreja. Llegaba el Madrid, pero también ocurrió hace un año. Chutaba como entonces y exhibía parecida superioridad. Ellos, ordenados, formalitos. Como suelen. Había diferencias, no obstante. Ayer jugaban Xabi y Marcelo, aquel día ausentes. También Di María, esa noche en Lisboa. Y un tal Özil, al que todavía criaban las ninfas. Ojo: tampoco me olvido de Mourinho y de sus abrazos que oso.
De modo que sólo hubo que esperar a que se manifestaran las diferencias. Y la primera es sobresaliente. Marcelo se ha convertido en una de las tres soluciones (Cristiano, Özil) que tiene el Madrid para resolver los problemas, los verdaderos problemas. Sus internadas por la izquierda son como el arma sorpresa de los coches de James Bond. Puedes, si te ayuda Zeus, controlar a los dioses conocidos, pero no hay antídoto contra ese duende desatado y loco.
Él comenzó la jugada que iluminó el camino. La inició brincando como una pulga feliz, se apoyó en Cristiano y el genio cojo le siguió la ocurrencia. El pase era una invitación a adentrarse. El resto sólo lo podía imaginar Marcelo, especialmente el recorte en la boca del lobo, el balón pisadito, como si allí no estuviera en juego la historia, como si nada. No digan lateral, digan happy player.
Cristiano, queda dicho, estaba para apoyarse y poco más. Evidentemente mermado, aquella fue su contribución a la causa. El resto del tiempo se lo pasó estrujando a su bíceps femoral izquierdo, por maldito traidor.
Guinda. A Benzema se le veía venir. Se le nota cuando quiere y últimamente lo desea. No diré que ha llegado a su punto de cocción, pero se puede afirmar que ya está descongelado. Por eso siguió una jugada que antes hubiera despreciado y que sirvió para el segundo gol, guinda entre las piernas.
El tercero fue la exaltación de la alegría. Asistencia de Özil y tanto de Di María, que es un jugador que vive entre la exigencia física y los malos tratos. Mientras el flaco (cómo no estarlo) dibujaba un corazón, el Bernabéu se reconocía en el espejo, el mundo en su sitio y el Madrid también.