El sábado estuvo con ella por última vez. Fue un almuerzo en familia. Durante la sobremesa, se quedó a solas con su madre y su hermana. «Nos pidió que le prometiéramos que, si a ella le pasaba algo, cuidaríamos de su hija y que no dejaríamos que él volviera a verla». Tres días después, Susana María Galeote (37 años) murió en mitad de la calle, en El Palo, supuestamente a manos de su exmarido, que ya había sido condenado por maltrato y además tenía una orden de alejamiento.
Quien habla es Jesús, el único hermano de Susana, dos años menor que ella. Accede a esta entrevista porque tiene algo que contar. Más allá del dolor, Jesús quiere que se sepa que su hermana encendió las alarmas, tocó a todas las puertas. Pero los servicios estaban «saturados». Quiere que no vuelva a ocurrir, que haya más recursos para las mujeres maltratadas y que se tomen en serio cada caso.
Susana puso fin a su matrimonio en abril de 2010, tras ocho años de convivencia. «Se conocieron en Internet a través de unos amigos y empezaron a salir», recuerda su hermano. Se casaron por el juzgado, pese a las creencias de ella. Su compañero sentimental y ahora presunto homicida, José Romero, era ateo. Precisamente, la religión fue un foco de conflicto entre la pareja. «No respetaba la forma de pensar de ella. Tenía dos caras. Si algo le parecía mal, se ponía violento y discutía. Las cosas tenían que ir por el camino que él veía».
Aun así, la relación, al menos la parte de ella que conocía Jesús, fue normal mientras duró. Él, electricista de profesión, trabajó en mantenimiento. Ella, que estudió auxiliar administrativo, tuvo algún empleo temporal en el Parador de Antequera. En los tiempos felices, nunca los vio pelearse, ni observó cambios en el carácter de Susana.
Los problemas comenzaron cuando ella le anunció que quería dejarlo. «La amenazó. Le dijo que no se iba a llevar a su hija y le rompió el pijama al agarrarla por el cuello», asegura el hermano. Decidió poner tierra de por medio. Cambió su residencia de Antequera, donde había convivido con su hasta entonces pareja, a la capital para estar cerca de su madre y su hermano. «Los primeros meses estuvo en mi casa, y luego se instaló en un piso en El Palo».
Y decidió denunciar. «El día antes del juicio, él estuvo merodeando por el barrio. Ella bajó a comprar y se lo encontró en la puerta. Subió asustada». El juzgado le dio la razón a Susana. Su exmarido se conformó con la pena de 14 meses de prisión. «No llegó a entrar en la cárcel porque la condena era menor a dos años», apunta Jesús. «A mi hermana -prosigue- le negaron la teleasistencia porque había mucha demanda y el servicio estaba saturado; le dijeron que su caso no era de alto riesgo y le fueron dando largas». Cuando se le pregunta si cree que el desenlace se podría haber evitado, responde que sí. «Pienso que no estudiaron su caso como era debido y que no se tomaron las medidas oportunas, porque él se ha paseado por el barrio de mi hermana con toda libertad».
Hubo un primer periodo de calma tras la condena. Unos meses en los que no supieron nada de él. Pero luego volvió. «Quería ver a su hija», recuerda el hermano. «Ella solicitó un 'punto de encuentro' -servicio público que se usa para las visitas de los hijos-, pero tampoco se lo dieron porque decían que estaba saturado. Mi madre y yo nos ofrecimos a entregarle a la niña cada vez que le tocara verla para que tuviera menos motivos para hacerle algo a mi hermana».
Temor a represalias
Fueron encuentros «tensos». «Nosotros no habíamos discutido nunca con él, pero vio que la apoyábamos a ella y también nos cogió odio». Volvieron las amenazas, asegura. Por teléfono, por correo electrónico o incluso a través de la madre de la víctima. «Ella -Susana- decidió no denunciar porque entendió que no había servido de nada. Se sintió frustrada y desprotegida», afirma Jesús. Tanto él como su madre compartían esta opinión: «Mi hermana temía que él tomara represalias; nosotros también creímos que podía ser contraproducente».
Susana empezó a convivir con un estado de pánico permanente. «Salía de su casa con miedo a encontrárselo en la calle, y no quería hacer nada que lo molestara para evitar que se pusiera violento». Se dio cuenta de que su hermana cada vez tenía más miedo. Sobre todo la última semana. «Lo veía venir. Nos decía algunas cosas, como que pensaba que en cualquier momento iría a por ella. Nosotros intentábamos quitarle importancia para que se calmara».
Confiesa que él también llegó a pensar que su excuñado podía cumplir sus amenazas. Ese mal pálpito se convirtió en realidad el lunes. Un policía le informó por teléfono de lo que había pasado y se interesó por la niña, de cinco años, que ahora está con un familiar. «Lo único que le diría a él es que si tanto quería a su hija, debería haber pensado más en ella, porque la ha dejado sin madre y sin padre. Ha destrozado una familia». Jesús no clama venganza, solo justicia. «Que matar no salga tan barato en este país...».