La desconocida vida del soldado, una década después del fin del servicio militar obligatorio en España
El sonido de la corneta se mezcla con las estrofas de rap cuando la soldado Torres digitaliza sus sentimientos en su habitación del cuartel. Su sueño es sacar un disco, ascender e ir a Valencia para encontrarse con su pareja, aunque la paciencia es una virtud que los militares tienen hoy que trabajar.
Es de Jaén, tiene 31 años y ha pasado la última década con el uniforme de un lado a otro del país. Reconoce que no le gusta moverse tanto y que cuando llegó al Acuartelamiento Jaime II de Palma se pasó cuatro meses sin salir del cuarto.
Esta es una de las miles de realidades que se respiran hoy en un centro militar español, donde las cosas han cambiado mucho desde que diez años atrás, el 4 de noviembre de 2000, se celebró el último sorteo de la temida mili y el Ejército se convirtió en profesional.
Los barracones con literas han quedado atrás y se han convertido en espaciosas habitaciones de cuatro personas con televisores de plasma y videoconsolas decoradas con cartas de amor y carteles de motos, donde los jóvenes luchan por un futuro en busca de la seguridad.
Cuando la peseta todavía se manejaba, casi todos conocían a alguien que había pasado por el servicio militar obligatorio, pero hoy en día la vida de soldado es desconocida.
En vista de esta realidad, la Comandancia General de Baleares ha decidido invitar a un grupo de periodistas para que, por primera vez, experimenten cómo es la vida de un soldado, invadiendo la privacidad de sus dormitorios y compartiendo sus inquietudes en el cuartel de tropa de Palma.
Aunque muchos duermen en sus casas, en la residencia viven sin estrecheces hombres y mujeres, eso sí, separados y con horarios, como en un colegio mayor. A las doce entre semana tienen que estar en sus habitaciones, aunque a las once deben guardar silencio (normalmente no respetado).
Una vez en las habitaciones tras la cena en el comedor -gratis, como todas las comidas-, el ambiente se relaja y los soldados se descubren. "Es mi mansión", afirma una, que recuerda que en su "casa" tiene gimnasio, piscina y hasta pista de pádel.
Vivir en el cuartel tiene sus ventajas, especialmente económicas, dado que el sueldo de un recién entrado ronda los 800 euros (200 euros más con dos años de experiencia) y, tal y como confiesan ellos mismos, no da para pagar una hipoteca.
"El día 1 mi sueldo ha volado y hay que ganarse las habichuelas", reconoce una soldado que trabaja ocasionalmente de camarera por las tardes, al igual que otros compañeros conducen autocares durante el verano.
La estrechez económica es una de las razones por las que estos profesionales se salen del Ejército, junto a otra equiparable: la gran movilidad geográfica, que les impide estar con sus familias. Y es que, prejuicios fuera, ellos no buscan aventura, sino estabilidad.
¿Por qué entonces se meten al Ejército? Un buen horario, un empleo con posibilidad de ser fijo en tiempos de crisis y un trabajo poco monótono son algunas de las razones, aunque la mayoría sigue apelando a la clásica vocación.
"Desde siempre quise ser soldado", "cuando era pequeña le decía a mi madre que eso era lo que quería hacer", son frases repetidas entre la tropa que vive en el cuartel palmesano y que trabaja de ocho a tres con la tarde libre.
Diez años después, las mujeres son aún minoría (alrededor de un 6 por ciento en la base de Palma) y reconocen que, si bien no perciben abiertamente el machismo, el trato no es igual: "Tienes que demostrarles que estás a su altura, entre ellos ya se sobreentiende", opina una de ellas.
Tras una noche de confesiones en la residencia femenina, las sábanas se pegan a la cara cuando a las siete tocan diana. Desayuno y a las ocho menos cuarto a pasar revista -mejor no llegar tarde so pena de arresto- y cuadrarse ante la bandera.
A continuación, entrenamiento físico, ducha y a comenzar los ejercicios del día: salidas al campo de maniobras, ejercicios de tiro y combates en población hasta las dos de la tarde, cuando se vuelve a formar y se leen las guardias.
Aunque la jornada laboral acaba, el día no termina ahí ya que muchos soldados asisten luego a clases diversas para sacar un título de secundaria o formación profesional, o bien se preparan para ascender o ingresar en la Policía, con la mente puesta en cumplir el sueño de muchos jóvenes de su generación: tener un trabajo fijo y cobrar un sueldo digno.
Que tiempos, por hay en esa foto ando yo, y no era capitan.
http://www.laopiniondemalaga.es/nacional/2010/11/18/diez-anos-mili/382187.html