Por Daniel Marín
Hoy toca lección de historia. La Wikipedia, que ha arruinado la vida a los vendedores de enciclopedias, nos ayuda a recordar a George Marshall, secretario de Estado de los Estados Unidos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Su nación se valió entonces de su apellido para crear un plan que reconstruyera a los países europeos asolados por los bombardeos y, de paso, esquinara al comunismo. El Plan Marshall. España asistía a aquello con una mano adelante y otra atrás. Estaba sometida a una dictadura que aletargó al pueblo. Era pobre y vulnerable. Es en ese contexto cuando un genio llamado Luis García Berlanga dirige Bienvenido, Míster Marshall. En su película retrata, no sin sorna, las ansias de un pueblo madrileño (Villar del Río) por acogerse a ese plan de ayuda al desarrollo. El pueblo ve la oportunidad de cambiar su sino y toda su vida social comienza a girar en torno a la llegada de la comitiva norteamericana, a la que se le prepara incluso una gran bienvenida: “Americanos os recibimos con alegría…”, ¿les suena? Pero los estadounidenses pasan de largo y el sueño de un futuro mejor se esfuma por donde vino.
Me valgo de la comedia costumbrista de Berlanga para construir un símil con la actual situación que atraviesa el Málaga. Muchos ven en Abdullah Bin Nasser Al Thani a George Marshall. Su llegada parece que nos va a sacar de pobres en un amanecer y que supondrá un atajo al bienestar. Se especula (con cierta ligereza) con un Málaga cargado de figuras de relumbrón y se sueña con finales y títulos. Ven en el qatarí al trampolín de su equipo. Y encuentran en los turbantes del City motivos para subirse a la nube. Se ven en ese espejo. Quieren ser nuevos ricos, salir de la cueva de la austeridad y sentirse los más guapos de la clase. Están en su derecho. Lo merecen. Tanto sufrimiento no es bueno para la patata. Pero señores, cautela. Por favor.
Ni el Sheikh es el tío Gilito, ni nosotros somos sus sobrinos. El Málaga es un club humilde, lleno de gente sufridora y honrada. No queramos ser ahora lo que no somos. Somos pobres y esa es la única realidad que impera en el tablón del malaguismo. Después, podrá venir Bin Nasser o su primo hermano y repartir tarros de petróleo a tutiplén, pero, mientras tanto, seguimos siendo Villar del Río, un pueblo marcado por el sufrimiento. Las ilusiones incumplidas generan frustración. Pasar de pobre a rico es muy fácil, pero sentirse de nuevo pobre es duro, durísimo. Podrá venir el jeque, o no, pero nunca debemos olvidarnos de nuestra identidad. Y somos el Málaga. Porque a lo mejor Abdullah Bin Nasser Al Thani pasa la historia como el enésimo inversor que quiso comprar el Málaga y se esfumó por donde vino, como George Marshall y su plan.
Hoy toca lección de historia. La Wikipedia, que ha arruinado la vida a los vendedores de enciclopedias, nos ayuda a recordar a George Marshall, secretario de Estado de los Estados Unidos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Su nación se valió entonces de su apellido para crear un plan que reconstruyera a los países europeos asolados por los bombardeos y, de paso, esquinara al comunismo. El Plan Marshall. España asistía a aquello con una mano adelante y otra atrás. Estaba sometida a una dictadura que aletargó al pueblo. Era pobre y vulnerable. Es en ese contexto cuando un genio llamado Luis García Berlanga dirige Bienvenido, Míster Marshall. En su película retrata, no sin sorna, las ansias de un pueblo madrileño (Villar del Río) por acogerse a ese plan de ayuda al desarrollo. El pueblo ve la oportunidad de cambiar su sino y toda su vida social comienza a girar en torno a la llegada de la comitiva norteamericana, a la que se le prepara incluso una gran bienvenida: “Americanos os recibimos con alegría…”, ¿les suena? Pero los estadounidenses pasan de largo y el sueño de un futuro mejor se esfuma por donde vino.
Me valgo de la comedia costumbrista de Berlanga para construir un símil con la actual situación que atraviesa el Málaga. Muchos ven en Abdullah Bin Nasser Al Thani a George Marshall. Su llegada parece que nos va a sacar de pobres en un amanecer y que supondrá un atajo al bienestar. Se especula (con cierta ligereza) con un Málaga cargado de figuras de relumbrón y se sueña con finales y títulos. Ven en el qatarí al trampolín de su equipo. Y encuentran en los turbantes del City motivos para subirse a la nube. Se ven en ese espejo. Quieren ser nuevos ricos, salir de la cueva de la austeridad y sentirse los más guapos de la clase. Están en su derecho. Lo merecen. Tanto sufrimiento no es bueno para la patata. Pero señores, cautela. Por favor.
Ni el Sheikh es el tío Gilito, ni nosotros somos sus sobrinos. El Málaga es un club humilde, lleno de gente sufridora y honrada. No queramos ser ahora lo que no somos. Somos pobres y esa es la única realidad que impera en el tablón del malaguismo. Después, podrá venir Bin Nasser o su primo hermano y repartir tarros de petróleo a tutiplén, pero, mientras tanto, seguimos siendo Villar del Río, un pueblo marcado por el sufrimiento. Las ilusiones incumplidas generan frustración. Pasar de pobre a rico es muy fácil, pero sentirse de nuevo pobre es duro, durísimo. Podrá venir el jeque, o no, pero nunca debemos olvidarnos de nuestra identidad. Y somos el Málaga. Porque a lo mejor Abdullah Bin Nasser Al Thani pasa la historia como el enésimo inversor que quiso comprar el Málaga y se esfumó por donde vino, como George Marshall y su plan.