El Málaga se agarra a la salvación con una victoria trabajada y cargada de fortuna que le coloca decimosegundo, con siete puntos sobre el descenso. Fernando y Obinna marcan en cada mitad. Demasiadas bajas para la próxima visita al Camp Nou
El Málaga le dio ayer un mordisco más a la gloria justo en el momento más importante de la temporada. Cada victoria es una batalla ganada contra el descenso y un trocito robado a la Primera División para conformar un año más en la elite. Ante el Espanyol, el Málaga también ganó a sus propios fantasmas, aquéllos que amenazaban con volver a aparecer por La Rosaleda en un partido duro, complicado y ganado con la fortuna que jornadas atrás había sido esquiva.
Ya no es una temeridad decirlo: este equipo se salvará. Lo primero y principal porque tiene plantilla y equipo para hacerlo. Y segundo porque ha superado sus miedos al hacerse fuerte mentalmente. No sólo ha evolucionado este equipo sobre el verde, sino que también ha madurado anímicamente. Ayer supo sufrir ante un rival que fue superior, se antepuso a las adversidades de encajar un tanto en el 44´ y luchó contra los elementos cuando más soplaba el viento en contra.
Y para levantarse de los contratiempos se apoyó en el jugador que más ha sufrido la mala fortuna este año. Nadie en Málaga dudaba de la valía de Victor Obinna. Sus cualidades son inmejorables y sólo la precipitación y la mala fortuna habían colocado una nube negra sobre su cabeza.
Ahora, más sosegado y entonado, el nigeriano ha apartado las tormentas que le rodeaban para volver a ver el magnífico sol malagueño. El gol de la victoria de ayer, cargado de rechaces dentro del área, sólo supo marcarlo él. No fue la suerte, fue el saber estar y tener fe en conseguirlo.
Por eso Obinna y el Málaga caminan juntos y de la mano hacia la permanencia. Por eso el africano es el fiel reflejo de lo que este equipo fue y lo que ahora es: promesas hechas realidad. Ambos rescatan sus miedos justo cuando la Liga comienza a madurar y salvan a un equipo que ya es capaz de andar por sí solo.
Ahora la permanencia se antoja tan cercana que casi se puede tocar con los dedos. El equipo ya es decimosegundo con siete puntos sobre el descenso. Ya no camina hacia la salvación, sino que corre hacia ella como si el fuego del infierno le quemase.
Premio prematuro. Que el fútbol no es justo ya lo sabía el Málaga. Le pasó durante el primer tercio de la temporada y ayer, a medio minuto del final de la primera mitad se le volvieron a aparecer los fantasmas. Y eso que el Málaga salió como una moto. La consigna fue clara: atacar a Kameni. Rápidas jugadas en ataque que encontraron su premio en una falta botada con maestría por Duda y que Fernando remató de cabeza magistralmente al fondo de las mallas (13´). El premio ya estaba en el bote, pero quedaba todo un mundo por delante.
Por eso se relajó la tropa de Muñiz. Bajó la intensidad y quedó a merced de la fortuna. Ya no controlaba el partido y el Espanyol se despojó de sus ataduras y comenzó a luchar por el partido como una hormiguita. Primero le robó el balón al Málaga. Luego el protagonismo. Y finalmente el gol, que llegó en el psicológico minuto 44. Fue Víctor Ruiz el que hacía añicos la racha negativa de cinco meses sin marcar fuera de casa y la imbatibilidad de Munúa.
El tanto fue un mazazo anímico y deportivo, porque el Málaga ya no volvió a ser el mismo. Se fue a la caseta con las malas sensaciones de encajar un gol y pese a que el empate aún campeaba en el marcador, el sabor a derrota se instalaba en el paladar.
Anestesiado por el tanto saltó el Málaga a la segunda mitad y con las mismas se movió durante el segundo periodo. Los catalanes estaban más enchufados, más frescos y más sueltos. Las ocasiones también corrían a cargo de los de Pochettino. Un tiro de Alonso (54´), un remate de Callejón al larguero (56´) o una falta botada por Pareja (64´) fueron la carta de presentación ´perica´.
El carrusel de cambios malaguista tampoco ayudó. Muñiz quemó dos balas para conseguir un acierto. Quitó a Benachour por Baha, pero perdió el centro del campo. Así que metió a Juanito por Javi López. Para entonces, el Málaga poco a poco se iba por el sumidero.
En esos minutos en los que el Espanyol era mucho mejor, el Málaga ya no tenía un plan de juego. Sólo el empuje y el corazón argumentaban las combinaciones ofensivas. Y sólo la urgencia por salir del pozo daba vida al Málaga. Su afición lo sabía y pese a que veía más cerca el gol visitante del local, no dejó de animar. La grada apretó y encontró recompensa en el gol de Obinna. Posiblemente fue cuando menos lo mereció el equipo, pero llegó cuando tenía que llegar (75´).
Entonces sí, el Málaga supo que iba a ganar el partido, pero para ello tenía que sufrir. Apretó más todavía el Espanyol con Nakamura y Luis García merodeando el área rival. Los nervios estaban a flor de piel y Gámez y Muñiz abandonaron sus puestos por roja directa. Pero la agonía de los minutos tuvo final. Victoria, alegría y ahora, a ´disfrutar´ en el Camp Nou.
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