La Euroliga vuelve a Atenas, otra vez teñida de verde. La jerarquía continental altera sus roles. El CSKA, hasta hoy campeón, deja el trono a Panathinaikos, campeón en 2007 a costa de los de Messina. Entonces fue en Atenas. Hoy, en el lujoso O2 de Berlín y con la mayoría de apuestas del lado ruso. Pero en campo neutral también ganó, como dos años atrás, Panathinaikos. Otra vez por dos puntos. Obradovic volvió a imponerse a Messina en el duelo de genios de banquillos. Ya son siete títulos para Aquiles Obradovic y otra decepción para Messina, que asumió antes de la final el rol de Héctor, justo después de reconocer que su señora le recordaba en casa que es un gran entrenador pero que Obradovic es el mejor. A partir de hoy, imaginamos, más madera en el hogar de los Messina.
La final fue hermosa porque lo tuvo casi todo. Panathinaikos regaló dos cuartos de baloncesto excepcional y estuvo después a punto de perder un título que ya celebraba ante un CSKA muy poco brillante pero con una bravura descomunal. El espíritu del campeón explica que la final, que marchó 56-33 en el tercer cuarto, se resolviera finalmente en las manos de Siskauskas. El lituano, tantas veces héroe (empezando por la semifinal ante el Barcelona) falló sobre la bocina el triple que hubiera mantenido al CSKA como Zar de Europa.
Así que hubo baloncesto de muchos quilates, acciones hermosas, individualidades brillantes, sudor, emoción, nervios y también lagunas, finalmente más decisiva la del CSKA, que entregó el título en el primer tiempo y no pudo recuperarlo después por la vía de la heroica. En ese primer tiempo el marcador fue 48-28 y la estadística de valoración 52-23 para los de Obradovic. Messina se desesperaba porque su equipo, irreconocible, malvivía del esfuerzo de Holden, que sin embargo no tuvo peso en la remontada posterior. Panathinaikos había tendido una red perfecta que sacó del partido a un CSKA incapaz de jugar con su habitual ritmo de transición, de encontrar sus tiros, de circular el balón, de sacar provecho de los extra pass...
Perfecta lectura de Obradovic que convirtió al deslumbrante acorazado ruso en un barquito a la deriva, zarandeado y maltratado por una tormenta verde que arrasó el O2 en el segundo cuarto: 27-12, con 7/10 en triples en esos diez minutos. Defensa, intensidad, dominio del rebote... e individualidades. La demolición la comenzó Pekovic, trabajando como siempre por dentro, pero la ejecución llegó desde el exterior en un bombardeo masivo dirigido por el elegante Spanoulis, el intermitente Nicholas, el genial Jasikevicius (triples y asistencias de maestro para viajar a otro título europeo) y Diamantidis, una bestia defensiva también letal en ataque. Enfrente, el vacío: entre Siskauskas, Langdon, Smodis y Lorbek, 9 puntos. Entre los cuatro y en medio partido. Así se llegó al descanso con un cierre maravilloso a un cuarto maravilloso de Panathinaikos: triple de Jasikevicius, recuperación y triple de Nicholas tras pase por detrás de la espalda del lituano.
El CSKA entrega el cetro con honor
Del paso por vestuarios salieron los atenienses todavía en quinta marcha. Jasikevicius lanzó la ventaja al +23 (51-28) con otro triple y la final parecía resuelta. Por marcador, por sensaciones, por capacidad. Pero el CSKA rebuscó en su orgullo hasta entonces maltratado y encontró la forma de meterse en el partido, primero, y sacar a su rival, después. Panathinaikos empezó a pensar exclusivamente en el cronómetro y sus ataques se fueron estropeando progesivamente. El CSKA fue subiendo el nivel defensivo, cada vez con más agresividad, menos faltas y más concentración. El rebote pasó a ser del equipo ruso, que tuvo muchas segundas (y terceras) oportunidades para corregir su mal día en el tiro. Y primero a base de tiros libres de Langdon y después con canastas que llegaban con cuentagotas, el partido se fue abriendo, reconduciendo. Panathinaikos (ocho puntos en este cuarto) enlazó diez ataques seguidos sin sumar nada positivo y el parcial llegó a ser de 0-17 a caballo entre el tercer y el último parcial, con muchos jugadores griegos (Batiste sin ir más lejos) fuera del partido, todos con el susto en el cuerpo.
En el último cuarto, Panathinaikos dosificó su ventaja hasta vivir en el alambre. Encontró triples de Fotsis (13 puntos, 8 rebotes) o de Perperoglou, currante que tuvo su momento de gloria con seis puntos seguidos en el primer momento crítico de su equipo. Pero CSKA había llegado, aunque tarde, al partido. Siskauskas empezó a producir y a liderar, y la defensa rusa ya era el muro sincronizado y larguísimo de centímetros que oscureció al Barcelona en el tramo decisivo de la semifinal.
En plena guerra de nervios y de tortura defensiva en los dos lados de la zona, los triples de Smodis y Khryapa mantenían la agonía hasta el final. Panathinaikos falló sus dos únicos tiros libres (14/16 en el partido) en los momentos calientes, y el partido alcanzó un desenlace que parecía completamente improbable: seis segundos por jugar y CSKA con balón para empatar o ganar. La bola fue, por supuesto, para Siskauskas, que falló el triple en el que viajaba el título, tantos meses de trabajo y competición. Panathinaikos es campeón de Europa, con su ejercito de genios exteriores (Jasikevicius, Spanoulis, Diamantidis) perfectamente dirigido en los momentos decisivos por Obradovic y rematado por la furia interior de Pekovic, ya una de las grandes realidades del baloncesto europeo.
Este es el mismo equipo, conviene recordarlo, que en la liguilla perdió por paliza ante el Barça tanto en el Palau como en su cancha. Pero no era ese el tiempo de Obradovic, el tiempo de la competición salvaje, la moneda al aire con todo en juego. Ahí el maestro volvió a ganar y a Messina (otro genio) lo tocó la ración de hiel. Así que supongo que habrá que dar la razón a su mujer: él es buenísimo, Obradovic es el mejor.
La final fue hermosa porque lo tuvo casi todo. Panathinaikos regaló dos cuartos de baloncesto excepcional y estuvo después a punto de perder un título que ya celebraba ante un CSKA muy poco brillante pero con una bravura descomunal. El espíritu del campeón explica que la final, que marchó 56-33 en el tercer cuarto, se resolviera finalmente en las manos de Siskauskas. El lituano, tantas veces héroe (empezando por la semifinal ante el Barcelona) falló sobre la bocina el triple que hubiera mantenido al CSKA como Zar de Europa.
Así que hubo baloncesto de muchos quilates, acciones hermosas, individualidades brillantes, sudor, emoción, nervios y también lagunas, finalmente más decisiva la del CSKA, que entregó el título en el primer tiempo y no pudo recuperarlo después por la vía de la heroica. En ese primer tiempo el marcador fue 48-28 y la estadística de valoración 52-23 para los de Obradovic. Messina se desesperaba porque su equipo, irreconocible, malvivía del esfuerzo de Holden, que sin embargo no tuvo peso en la remontada posterior. Panathinaikos había tendido una red perfecta que sacó del partido a un CSKA incapaz de jugar con su habitual ritmo de transición, de encontrar sus tiros, de circular el balón, de sacar provecho de los extra pass...
Perfecta lectura de Obradovic que convirtió al deslumbrante acorazado ruso en un barquito a la deriva, zarandeado y maltratado por una tormenta verde que arrasó el O2 en el segundo cuarto: 27-12, con 7/10 en triples en esos diez minutos. Defensa, intensidad, dominio del rebote... e individualidades. La demolición la comenzó Pekovic, trabajando como siempre por dentro, pero la ejecución llegó desde el exterior en un bombardeo masivo dirigido por el elegante Spanoulis, el intermitente Nicholas, el genial Jasikevicius (triples y asistencias de maestro para viajar a otro título europeo) y Diamantidis, una bestia defensiva también letal en ataque. Enfrente, el vacío: entre Siskauskas, Langdon, Smodis y Lorbek, 9 puntos. Entre los cuatro y en medio partido. Así se llegó al descanso con un cierre maravilloso a un cuarto maravilloso de Panathinaikos: triple de Jasikevicius, recuperación y triple de Nicholas tras pase por detrás de la espalda del lituano.
El CSKA entrega el cetro con honor
Del paso por vestuarios salieron los atenienses todavía en quinta marcha. Jasikevicius lanzó la ventaja al +23 (51-28) con otro triple y la final parecía resuelta. Por marcador, por sensaciones, por capacidad. Pero el CSKA rebuscó en su orgullo hasta entonces maltratado y encontró la forma de meterse en el partido, primero, y sacar a su rival, después. Panathinaikos empezó a pensar exclusivamente en el cronómetro y sus ataques se fueron estropeando progesivamente. El CSKA fue subiendo el nivel defensivo, cada vez con más agresividad, menos faltas y más concentración. El rebote pasó a ser del equipo ruso, que tuvo muchas segundas (y terceras) oportunidades para corregir su mal día en el tiro. Y primero a base de tiros libres de Langdon y después con canastas que llegaban con cuentagotas, el partido se fue abriendo, reconduciendo. Panathinaikos (ocho puntos en este cuarto) enlazó diez ataques seguidos sin sumar nada positivo y el parcial llegó a ser de 0-17 a caballo entre el tercer y el último parcial, con muchos jugadores griegos (Batiste sin ir más lejos) fuera del partido, todos con el susto en el cuerpo.
En el último cuarto, Panathinaikos dosificó su ventaja hasta vivir en el alambre. Encontró triples de Fotsis (13 puntos, 8 rebotes) o de Perperoglou, currante que tuvo su momento de gloria con seis puntos seguidos en el primer momento crítico de su equipo. Pero CSKA había llegado, aunque tarde, al partido. Siskauskas empezó a producir y a liderar, y la defensa rusa ya era el muro sincronizado y larguísimo de centímetros que oscureció al Barcelona en el tramo decisivo de la semifinal.
En plena guerra de nervios y de tortura defensiva en los dos lados de la zona, los triples de Smodis y Khryapa mantenían la agonía hasta el final. Panathinaikos falló sus dos únicos tiros libres (14/16 en el partido) en los momentos calientes, y el partido alcanzó un desenlace que parecía completamente improbable: seis segundos por jugar y CSKA con balón para empatar o ganar. La bola fue, por supuesto, para Siskauskas, que falló el triple en el que viajaba el título, tantos meses de trabajo y competición. Panathinaikos es campeón de Europa, con su ejercito de genios exteriores (Jasikevicius, Spanoulis, Diamantidis) perfectamente dirigido en los momentos decisivos por Obradovic y rematado por la furia interior de Pekovic, ya una de las grandes realidades del baloncesto europeo.
Este es el mismo equipo, conviene recordarlo, que en la liguilla perdió por paliza ante el Barça tanto en el Palau como en su cancha. Pero no era ese el tiempo de Obradovic, el tiempo de la competición salvaje, la moneda al aire con todo en juego. Ahí el maestro volvió a ganar y a Messina (otro genio) lo tocó la ración de hiel. Así que supongo que habrá que dar la razón a su mujer: él es buenísimo, Obradovic es el mejor.