No tendría más de 10 años. Aquella tarde de mayo del 95 mi padre no había podido ir conmigo al fútbol. Mejor. Pocas semanas antes, quise dármelas de listo ante él y mis amigos y el ridículo fue máximo. Leí en el periódico que el Málaga seguía al portero del Estación de Cártama de cara a la siguiente temporada y empecé a recitar, cual niño repelente y sabelotodo, las virtudes de ese futuro fichaje que nunca fue. Se llevó un carro con 9 goles y el rumor se esfumó para siempre.
¿Cómo olvidarte, Garrucha? Ese día todos comprobamos que el marcador de la antigua Rosaleda no hacía milagros. Jamás un 0-0 suscitó tantas celebraciones. El 4-0 final no explicaba la cara de asombro de los pocos que estábamos allí. Ni el desconsuelo de unos jugadores cargados de amor propio que no se levantaban ni con la ovación de la afición malaguista. 14, fueron al final 14 los goles, por más que el luminoso sólo pudiese reflejar un dígito. ¿Cómo imaginar más? No me hacía caso. Mi padre no me creía cuando se lo contaba. Su sorpresa reforzaba mi hipnosis. Aquel día, por primera vez tras las promociones o la desaparición, sentía que veía a la historia por pasar por delante de mi puerta, esta vez con una sonrisa.
Me haría más visitas. El agónico ascenso bajo la lluvia a Segunda B –gracias, Puertollano-, la tarde histórica frente al Terrassa para bañarnos en la plata de segunda división –gracias Guede, gracias Beasaín-, aquel pequeño Dream Team que arrasó en Segunda de la mano de Peiró, la victoria en el Camp Nou, el 5-1 al Barça, ese gol de Sanz para empatar en el Bernabeu, la celebración de Roteta el día en el que nacimos para Europa o el abrazo entre Manu y Josemi cuando se conquistó Atenas. Y mil guiños más de la historia, en forma de detalles más o menos significativos que, cuando ocurrían, sabían que desde ese momento se me quedarían grabados para siempre.
Como lo de este 1 de junio, en el que tuve, a kilómetros de distancia de mi tierra, una sensación idéntica. Quizás el más justo de los jueces, el tiempo, acabe señalando en un futuro a esa inolvidable jornada como la del verdadero nacimiento de ese gran Málaga tan anhelado e inimaginable. Más insospechado aún era ver a Van Nistelrooy con la camiseta del Málaga, resistiendo mis lágrimas, o a la Directora de la UNESCO paseando por La Rosaleda. Siempre pensé que, en el fútbol, la historia se escribe en el césped, si bien lo de este lunes se presenta como el mejor epílogo posible para el libro más ilusionante que jamás tomó en sus manos un malaguista. Es un cachito de historia más. Tiene que serlo.
Si la realidad y la especulación se acaban abrazando, un aficionado del Málaga podría escoger, este verano, entre una camiseta de Holanda (Van Nistelrooy), una de Brasil (Baptista), una de Argentina (Demichelis), una de Francia (Toulalan) o una de España (¿Monreal?) para llevar los nombres de las estrellas de su club. ¿Hay algún ejemplo más gráfico de la palabra ilusión? Si desde fuera aún no lo entienden, que se pregunten cómo otra sencilla elástica, la malaguista, es capaz de congregar a 15.000 personas en unas gradas.
Toca adaptarse a una realidad que da vértigo. Universal, ambicioso, temido. El “nuevo rico”, dirán con desdén. “Proyecto efímero”, se consolarán otros. La envidia es el adversario de los más afortunados y la forma más sincera de demostrar admiración por el prójimo, que dicen. Detrás de los millones hay alma. Detrás del dinero hay orgullo. Detrás del jeque hay historia. Una historia modesta, con sobresaltos, con muchas lágrimas por el camino pero, al fin y al cabo, “feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento”.
En Málaga no tuvimos ni la opción de aburrirnos. Adictos a la agonía, a la carambola final o a los deberes de última hora, ya no queda ni rastro de las palabras de Badiola, de aquel eterno partido contra el Real Madrid al filo del abismo o de la vorágine de lesiones e infortunio de esta campaña. Subimos. Nos salvamos. Sobrevivimos. Y toca empezar de cero.
Es el turno de una nueva era, donde no hay hueco para los complejos, donde el sufrimiento de antaño ya no cuenta. Solo sirve para no olvidar de dónde venimos y el porqué de nuestra ilusión. Ya no suena como futurible el portero del Cártama, pero gracias en parte a él, valoraremos aún más todo lo que nos llegue desde el ya histórico 1 de junio. ¡Sueña, Málaga, sueña! Esta vez con los ojos bien abiertos.
http://www.eldesmarquemalaga.es/firma-invitada/25438-isuena-malaga-suena